Historia

Cómo era el antiguo juego de cañas que apasionaba a los madrileños

Un divertimento medieval que atraía multitudes a la Plaza Mayor de Madrid y acababa... en una fiesta con toros

El antiguo juego de cañas que apasionaba a los madrileños en la plaza mayor
El antiguo juego de cañas que apasionaba a los madrileños en la plaza mayorBNE

Competición y diversión. Algo así como los «deportes» de hoy en día, pero con una particularidad: tenía ciertos resabios de las batallas y justas medievales. Nada que ver con el fútbol o el baloncesto actuales. Hablamos del conocido como «juego de cañas», un divertimento muy celebrado y popular en la España de los siglos XVI al XVIII, en muchas de sus plazas mayores. Y la de Madrid no era excepción.

Los orígenes de esta práctica de «correr cañas», como era común apuntar, se remonta a los antiguos romanos y fue introducido en España por los musulmanes. ​Un camino que fue más allá, al otro lado del Atlántico, pues en América fue introducido por los españoles.

El espíritu del juego giraba en torno a simular una acción bélica o de combate. Consistía en hileras de hombres montados a caballo, en el origen de todo, nobles, que se tiraban cañas a modo de lanzas o dardos y parándolas con un escudo. Se hacían cargas de combate, escapando haciendo círculos o semicírculos en grupos de hileras. Una pequeña batalla que a todos apasionaba en una sociedad en la que la fuerza física era principal.

Cabe apuntar que en todo esto existía una tácita emulación caballeresca entre cristianos y árabes. Tenemos distintas crónicas de esos juegos de cañas, como el convocado por el conde de Tendilla, allá en el Renacimiento, que había reunido a los cien jinetes más diestros en una explanada que hay en la Alhambra destinada a estos juegos. Todo un simulacro de batalla entre caballeros.

Cabe apuntar que el juego de cañas, que había decaído en la segunda mitad del siglo XVI, volvió a recuperarse gracias al rey Felipe IV, del que era un gran aficionado, tomando parte en él con frecuencia.

Al ser el juego de origen árabe, o moro como lo califican los tratados y escritos de la época, en muchas fiestas, sobre todo de las antiguas, las cuadrillas se disfrazaban la mitad de moros y la otra mitad de cristianos. Unas banderías que nos recuerdan sin duda a otras del levante español. La costumbre se mantuvo en la época de Felipe IV, en muchas de las cuadrillas caballerescas o en simples mascaradas.

Resulta curioso que, con motivo de la llegada y estancia en Madrid del príncipe de Gales, Carlos Estuardo, después Carlos I de Inglaterra, se celebraron continuos festejos, aunque los más celebrados fueron los de la llegada. Hubo corridas de toros, juegos de cañas, comedias, conciertos y juegos artificiales. En 1632, se llevó a cabo la inauguración oficial del Buen Retiro, organizándose, ¡cómo no!, un juego de cañas en el que corrió y ganó el propio Felipe IV, acompañado en tal «deporte» por el Conde Duque de Olivares. Las adargas, los escudos, que se usaban en el juego debían tener ocho tercios de largo y ser lisas y derechas, era necesario que fueran rígidas en su mitad superior y flexibles en la inferior, para que pudieran doblarse sobre el anca del caballo. En su parte central llevaban una abrazadera. Las adargas eran adornadas, tanto en su parte exterior como en el interior por colores plateados o dorados. En ellas solían aparecer motes, cifras o el relato de alguna empresa realizada. Existían dos tipos de cañas, unas cortas llamadas bohordos, provistas de contrapesos de yeso o arena y otras largas. Éstas últimas llevaban en su parte central un agarre que permitía arrojarlas con fuerza. Para facilitar el lanzamiento en la caña se colocaba un amianto por donde se cogía la caña. Ninguno podía tirar a otro, cara a cara. Si así lo hacía era considerado mal jugador y mal caballero.

Como en los toros, la música era clave, y se acompañaba con oboes, clarines y trompas. Al final del juego, cada cuadrilla recorría la plaza de dos en dos o todos juntos en hilera, tirando cañas a lo alto. Una fiesta vistosa por el ruido de las cañas al chocar entre sí en el aire. Para finalizar se solían cerrar las puertas y soltar un toro o más. Los caballeros que querían podían tomar rejones y la fiesta se daba por terminada. Pura historia también de la lidia.