Historia

Arqueología y humanismo en Madrid (y II)

Las gentes del lugar, allá por el siglo XVI, confundían los términos: confundían ruinas, con restos arqueológicos. Más o menos como hoy

Ambrosio de Morales utilizó los rasguños de las respuestas de la «Descripción de los pueblos» en Las Antigüedades de las ciudades de España de 1575. El trabajo de impresión es interesantísimo.
Ambrosio de Morales utilizó los rasguños de las respuestas de la «Descripción de los pueblos» en Las Antigüedades de las ciudades de España de 1575. El trabajo de impresión es interesantísimo.LR

Para Mariana, humanista del siglo XXI en ciernes

La semana pasada escribí un par de líneas sobre los orígenes de los conocimientos arqueológicos y con ellos debajo del brazo, me metí en la primera descripción de Atapuerca, que es de tiempos de Carlos V. Ahora ya sí, sin más preámbulos he de hablar de arqueología y humanismo en Madrid.

Pues bien, aquellos humanistas necesitaban recopilar. Y en aquellos años 70 del siglo XVI un tal Ambrosio de Morales convenció al rey y a los secretarios o consejeros que fuera menester, de la necesidad de escribir una historia de España desde abajo. De esto ya he tratado en este periódico (¡y en otros sitios!) varias veces.

Se mandaron interrogatorios a las autoridades locales; se devolvieron más o menos cumplimentados. En la pregunta 43 de esos interrogatorios se inquiría sobre los restos que se hubieran encontrado en cada sitio. Es muy interesante que las gentes del lugar confundían los términos: confundían ruinas, con restos arqueológicos. Más o menos como hoy en el Atlántico Norte que te califican como «antiques» cualquier chatarra de hace treinta años, que nosotros las vendíamos antes en las chamarilerías.

Así en Alameda del Valle había «paredones malparados y caídos […] y rastros de edificios antiguos». Por su parte, en Arganda del Rey había hallado una columna que la habían reutilizado para sujetar la pila del agua, y en la columna había una inscripción que los informantes no entendían. Maravillosamente, Ambrosio de Morales sí y se atrevió a transcribirla. También fue vuelta a transcribir en el siglo XIX en el Corpus Inscriptionum Latinarum, que se publicó en Berlín. Así es que, poco a poco, vemos cómo se daba constancia del hallazgo, los lugareños no lo entendían, pero el universitario sí. Por otro lado, en Carabaña (respuesta 36), «hay una piedra muy antigua puesta en la esquina de un hospital, en la que hay un letrero en letras griegas» que pudieron «personas leídas y entendidas» transcribir o en su decir, «declarando las cifras del dicho letrero, han dicho que en ellas dice que...». Un capitán romano puso un ídolo sobre la piedra antes de entrar en batalla y lo hizo adorar a sus soldados, etc. Saca, lector, las conclusiones que estimes oportunas de aquellos saberes en mantillas…, o del reciclaje de restos arqueológicos.

A su vez, en Boadilla había encontrado sepulcros y restos de una mezquita; en un despoblado llamado Villarejo, lo que conocían era una necrópolis, o «muchos sepulcros hechos de lanchas blancas calizas, cercados alrededor por bajo y por encima», que conservaban grandes huesos de hombres grandes «con barriles y botijos y piedras por cabeceras». En verdad que no sabían de cuando eran aquellos restos, que si de tiempos de los «gentiles, que si de los moros». Pero lo cierto es que lo que se encontró fue «arando las tierras», aunque últimamente no se había descubierto nada. En el despoblado de Garciruelo, en Fuencarral, un labrador, Juan Ajenjo, estaba cavando y encontró «sepulturas y calaveras y canillas de muertos», pero no se sabía de cuándo, acaso de tiempo de moros. En Fuentidueña fueron unos forasteros los que se metieron en una cueva del lugar buscando un tesoro; y otros hallaron una piedra en la que ponía Multio Portio que se reutilizó como dintel de una casa; también arando en Morata había dado con restos de construcciones y con monedas antiguas de oro, plata y bronce, que según quienes las habían estudiado eran de Mario, Julio César o de Constantino Magno. También una piedra en la que ponía Licinia estaba reaprovechada en la torre de la iglesia y habían hallado otras piedras en «letras góticas, romanas y lengua latina (¡)». En Los Santos se rescató del Henares otro bloque, que transcribió Ambrosio de Morales, en su vida de los santos niños, según recordaban los vecinos informantes; en Villamanta los huesos, letreros y otros vestigios estaban a buen recaudo en la casa del cura o en la del señor del pueblo; en otros lugares esas piedras se usaban de amarraderos de las barcas.

Con esto, además de rendir tributo a los labradores y las rejas de sus arados, y sobre todo a Ambrosio de Morales, a su originalidad, tesón y constancia, he querido llamar la atención sobre la riqueza arqueológica que nos rodea y de cómo el conocimiento del paisaje ha evolucionado desde lo mágico-divino a lo mágico-tecnológico que es como hoy se practica la arqueología y se defiende y protege el patrimonio común.

Por cierto: todo ello se consigue formando a los jóvenes en la Arqueología, con estudios y ciencia, no sea que demos pasos atrás y acabemos volviendo a las cuevas a hacerles preguntas al eco, o yendo de visita a casas de gentes sabias, a ver qué colecciones tienen.

Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de investigación del CSIC