Los trabajos y los días
La casa de Tamara
Un lugar donde la personalización descansa en la despersonalización y el calor domiciliario
Tamara, la de Isabel de Preysler, se ha comprado una casa y se ha hecho dentro una habitación del NH. Así es ella, que adquiere un inmueble no para consolidar un hogar, sino para mantener viva la ilusión de residir en un hotel. Más que un hogar lo que se ha construido es un hall. Un lugar donde la personalización descansa en la despersonalización y el calor domiciliario hay que ir a buscarlo al felpudo de la entrada.
Tamara, que ha abandonado la pobreza de Cristo por los placeres de una «Vie en Rose», ha decidido convertir la intimidad en una «Startup». Ha comprendido, con enorme lucidez, que esto de trabajar solo reporta la mediocre prosperidad de un asalariado y que hoy como se engrosa el parné no es con una profesión sino aireando privacidades y otras intimidades B&B al alcance de la mano.
Así que, en medio de la venezolización de Serrano y el auge del «coliving», Tamara, que ya es más Isabel Preysler que Isabel Presysler, ha compartido otro capítulo del «reality» que es su vida y ha presentado en un vídeo su casa. Una vivienda que deja la turbadora impresión de tener más puntos en común con una tienda de decoración que con las imperfecciones burguesas de un piso corriente. Incluso la encimera antibacteriama de la cocina desprende la reconocible frialdad de un quirófano, como si ahí a los solomillos, más que freírlos, fueran a hacerlos un implante de riñón.
La vivienda es un lujo, pero Tamara no lo ha entendido de esta manera, como un bien caro, sino como una colección de espacios, y por eso se ha permitido el lujazo de mostrarnos una galería de estancias donde ni la cubertería debe escapar al desorden. Incluso el pelaje del perro hace juego con el color del edredón como si, más que una mascota, formara parte del relieve del estampado.
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