Los Fabelman

Nada existe más ilusorio que un texto autobiográfico. El hombre está habitado de fantasmas y debe pactar con ellos para vivir en paz con los recuerdos. La vehemencia juvenil solo es un viaje temporal de breve recorrido y lo que antes contemplábamos como delitos y faltas, con el paso de los años, se va percibiendo con una mayor indulgencia y comprensión. Una mirada que en ocasiones coincide con ese momento en que dejamos de ser hijos para convertirnos en padres. Spielberg ha decidido saldar cuentas con su familia y tres años después del fallecimiento de su progenitor ha estrenado «Los Fabelman». La manera de honrar a los muertos es reconocer las deudas contraídas con ellos para así sonreír al evocarlos. El director ha rodado una película donde lo más vertiginoso del metraje es su generoso autorretrato, donde la temprana vocación de un niño adquiere los tintes precoces de un genio capaz de culminar una inicial película casera con los recursos de montaje que muchos aprenden en las escuelas de cine.

La peli de Spielberg no es un «auto-biopic» ni tampoco una verdad con mayúscula, pero sí es verdadera, y quizá esto es lo sustancial. La memoria tiende a ordenar el pasado de la manera más conveniente para que el dolor tenga la textura de un suave masaje. El realizador ha barajado sus vivencias para darles el corte cinematográfico que más le conviene a su conciencia completamente fílmica. En medio nos confiesa que él la vida la aprendió por medio y a través del cine. En 2021, «Fue la mano de Dios», de Sorrentino, fue nominada a mejor película internacional. Termina como «Los Fabelman»: con los consejos de un director a un muchacho. En el caso de Spielberg, la conversa es menos europea, más yanqui. ¿La vio Steven? No importa. Sin embargo, la conclusión es igual en los dos casos: todos necesitamos un padre. En la vida y en el cine.