Opinión
El libro de Sánchez
El hombre que el PSOE intentó cargarse, y que respondió ganando La Moncloa, siempre ha vivido el ejercicio de la política como si se desenvolviera en una cancha de basket.
Pedro Sánchez presenta su nuevo manual de resistencia. Las tribus de las movidas callejeras le montan en Ferraz un exorcismo para desendemoniarle de «antiespañolismo» y él responde con unas memorias legislativas. Muñecas inflables contra libros. Así va el «match». Sánchez, Pedro, ha aprendido ya que el insulto es muy mediático y apropiador de titulares, pero que es un florecimiento verbal de vida breve, como ciertas primaveras anticipadas. Así que ahora que Abascal le dedica una «mileiada» desde la argentina, él reacciona colocando en las librerías su «Tierra firme», que es un maquiavelismo bien tirado con Irene Lozano como voluntaria de escriba egipcio. El Presidente ha aprendido de Obama que en política lo que vale es el relato, la novela que se nos vende, y que no existe ninguno mejor que uno mismo. La biografía como espejo de ejemplaridades, como defendería el Conde Lucanor y, también, como cartel de partido, porque hoy todos somos un poco electoralistas de nosotros mismos. El hombre que el PSOE intentó cargarse, y que respondió ganando La Moncloa, siempre ha vivido el ejercicio de la política como si se desenvolviera en una cancha de basket.
Más que hacer política se diría que la suda. El resultado es una psicología que, más que emular la de un congresista, redondea en la de un jugador en la línea de triples: alguien habituado a tener el cronómetro en contra. Algunos le vienen con oratorias y razones de piel de vicuña, pero es que Sánchez sale con el croquis hecho de la siguiente jugada. Como su «Tierra firme», que no es ninguna última hora. Es un libro acuñado, no para fidelizar a convencidos y detractores, que los odios, como las admiraciones, hay que ganárselos, sino para atraerse a los que están en territorio de nadie y que él, con sus argumentarios para el mañana, clave medieval de la cosa, quiere llevar a tierra firme, o sea, a sus orillas ideológicas, que es la jugada emboscada.
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