La historia final
Medir el tiempo en Madrid en el siglo XVI (y III)
En 1582 ardió la Puerta de Guadalalara y, con ella, el reloj de la ciudad. La luz del día volvía ser la forma de guiarse
En las semanas pasadas he ido repasando cómo la ciudad tenía dos relojes, uno que funcionaba y el otro que no. También, cómo se decidió alzar uno en Puerta Cerrada (que nunca se montó) y cómo esto de los relojes, la ciudad en expansión y las horas generaban todo tipo de conflictos. Tantos como el no tener relojes..
Tal era la dependencia, la fascinación o lo que fuere que causaba el convivir con relojes que el secretario municipal anotó el 1 de octubre de 1567 en las Actas que «entró el señor don Francisco de Herrera, dando el reloj las diez». No se podían despegar ya de su sonar.
Y aún más: el 26 de septiembre de 1569 llegó la noticia al Ayuntamiento de la muerte de un regidor en Llerena a donde había sido mandado por el rey para una misión. Por los motivos que fuera, tenían que presentarse sus albaceas testamentarios a declarar y el uno dijo que «falleció y es muerto y pasado de esta presente vida y falleció a hora de las nueve y media antes del mediodía, porque este testigo a esta hora lo vio morir y expirar y por el exceso del sol del día así parecía y porque de propósito y para saber la hora que murió lo vio y vio la mano del reloj de esta dicha villa [de Llerena] puesta en el dicho punto y así es cierto por lo haber visto», o el otro testigo, «que expiró y salió el ánima del cuerpo, y era la dicha hora de nueve y media antes del mediodía, por lo que dicho tiene y porque lo vio en la mano del reloj de esta villa».
En enero de 1567 se decidió vender el reloj de San Salvador, lo cual no se consiguió porque en junio de 1572 andaban de nuevo con que si lo arreglaban. A primeros de 1572 sabemos que se usó plomo en los reparos del reloj de Guadalajara; que a primeros de enero de 1573 se volvía a urgir en su arreglo; que en octubre de 1573 se estaban subiendo las pesas al reloj; en febrero de 1574 los monjes de la Victoria pedían al ayuntamiento que les regalara el hierro que había almacenado en el alholí de un reloj viejo para hacer ellos uno nuevo; en septiembre de 1575 se volvió a contratar a un hombre para dar las horas mientras se acababa el reloj de Guadalajara…
En fin: en la noche del 2 de septiembre de 1582 ardió la Puerta de Guadalajara y, al día siguiente, el Ayuntamiento ordenó que se pagara a los que se habían jugado el tipo intentando salvar el reloj, o limpiarlo y en fin:
«Asimismo, se acordó que las herramientas e instrumentos que hubieran quedado y procedido del reloj que se quemó en este incendio y los que hubiere del que se quitó de la iglesia de San Salvador y con la campana que en la dicha iglesia está, se haga un reloj en la dicha iglesia que sirva en el entretanto que se pone y hace el principal que ha de haber en una de las torres de la puerta de Guadalajara. Y que esta obra se haga con muy gran diligencia y brevedad como la necesidad lo requiere…».
Dos décadas después de establecida la Corte, en Madrid aún no se habían instalado relojes suficientes (no había uno) que satisficieran las necesidades de regirse por las horas y no por las luces del día, sus vecinos.
Ahora bien, la historia de los relojes de la Villa da para mucho más que lo contenido en estas líneas, porque tras el incendio de la Puerta de Guadalajara, trajo cola el que la gran república que era la Villa de Madrid, se quedara muda.
*Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de investigación del CSIC
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