Historia

Medir el tiempo en Madrid en el siglo XVI (II)

Las discusiones sobre dónde había que colocar el segundo reloj de la ciudad se sucedieron de forma tumultuosa

La zona de Puerta Cerrada fue uno de los lugares barajados por los corregidores
La zona de Puerta Cerrada fue uno de los lugares barajados por los corregidoresLR

La semana pasada me entretuve contando cómo en Madrid había dos relojes, uno en la Puerta de Guadalajara y otro en la torre de San Salvador. Este no funcionaba. Así que se daban vueltas a ver qué hacer, dónde poner el segundo reloj tan útil y necesario. Hasta el rey se metió en la toma de decisiones…

Hubo una tumultuosa reunión municipal en la que discutieron en dónde poner un reloj nuevo que había que poner. Y se desató la tormenta. Unos regidores estaban de acuerdo con Vargas y otros no. Para Juan de Vitoria era necesario arreglar el de San Salvador e instalar otros dos más en Madrid, en el arco de Santa María y en Puerta Cerrada. El de San Salvador era imprescindible porque «en la plaza de la dicha iglesia concurren todos los negocios del lugar y convendrá más que se ponga [allí] que no en otra parte, porque parecerá y adornará mucho», aunque para Velázquez de la Canal, se necesitaba un segundo reloj porque «es más necesario que ornato». Pero eso sí, que estuvieran bien concertados porque si no, daban las horas cada uno a su aire, y era un follón, que de estar desconcertados, se «causa no entenderse bien las horas que son».

Finalmente el Corregidor, que había hablado con Felipe II sobre el asunto de los relojes, determinó que, tal y como era voluntad del rey, el segundo reloj se pusiera en San Salvador.

Por otro lado, desde el verano de 1562 se empezó a remodelar el reloj de Guadalajara, o por mejor decir, el acceso al reloj, para lo que se pensó usar uno de los cubos de la Puerta, para hacer en él una escalera y un hueco por el que cayeran las pesas del reloj. Todo había que hacerlo por dentro del cubo, «teniendo consideración a que hará fealdad al edificio hacer la escalera arrimadiza por de fuera».

Por fin en octubre de 1563 se recibió en el ayuntamiento una orden real según la cual había que aplicar a Madrid un plan general urbanístico diseñado por Juan Bautista de Toledo, para hacer de la Villa una localidad digna de albergar a la Corte. La realidad es que de ese monumental plan se fueron haciendo algunas cosas demasiado poco a poco y tan distanciadamente, que en nada lucieran las obras que se acometieron. Cuando el Ayuntamiento se puso a discutir sobre la orden real y el plan de reurbanización de la ciudad, de lo primero que se trató fue de en dónde poner el reloj nuevo, que tanto interesaba incluso al propio rey y se decidió que en Puerta Cerrada. Luego se habló de hacer un nuevo puente de Toledo, una picota y arreglar el camino a El Pardo, entre otros capítulos del memorial. La «smart city» ya era un sueño para algunos en el siglo XVI.

Así que parecía que al fin Madrid iba a tener su segundo reloj en Puerta Cerrada, y que así sus campanadas se podrían oír por los nuevos barrios. Pero Barrionuevo desdijo lo propuesto ya que tanto los alarifes de la Villa, como algunos de los presentes vivían cerca de Puerta Cerrada y querían oír desde sus casas las campanadas. Vargas dijo que este otro vivía cerca del reloj de Guadalajara y que por eso quería el segundo reloj a espaldas de su casa, y así se fue liando la reunión y la decisión. El Corregidor optó por tomar partido entre los alarifes y la mayoría de los regidores: se pondría en Puerta Cerrada. El Corregidor -Odón Ruiz de Villaquirán- era nuevo (desde 17 de febrero de 1563) y parece que no se había enterado que el rey lo quería en San Salvador. El Corregidor se estaba labrando un futuro. Fue sustituido el 25 de mayo de 1565, aunque no por lo del reloj.

En el verano de 1564 se debieron empezar las obras de mejora del reloj de la Puerta de Guadalajara. Si había obras, no había reloj. Y, curiosamente, ya si no había reloj, ni horas, había confusión en la ciudad. Por ello se decidió contratar a un individuo «el cual esté allí con otro reloj de mano para que haya reloj concertado y le haga dar las horas». El reloj de mano no era otra cosa si no ¡un reloj de arena! El individuo era el Francisco de Villarreal del que he hablado antes y estuvo desde el «11 de julio hasta 3 de septiembre de este año que fue despedido a razón de 4 reales que le daban».

Mas parece que todo lo anterior fue cayendo en agua de borrajas, porque en mayo de 1565 volvían a hablar de las escaleras del cubo de Guadalajara, o de que «atento que el reloj de la puerta de Guadalajara no se oye en toda la villa, den licencia para que se ponga otro reloj, u otros dos».