Historia

El Viaje de la Fuente de la Reina que dio de beber a Madrid

Esta fundamental obra de ingeniería es el origen del Canal de Isabel II y del crecimiento de la capital

En la Fuentecilla, hacia 1910. El agua procedía del viaje de la Fuente de la Reina.
En la Fuentecilla, hacia 1910. El agua procedía del viaje de la Fuente de la Reina.Museo del Prado

Ahora que tanto se mira al cielo ante la necesidad de lluvia, después de unos meses de julio y agosto en los que el calor «apretó» y las reservas de agua se evaporaron... Ahora que la emergencia climática ha tomado carta de naturaleza en nuestro país, muchos miran las reservas (escasas) de agua que hay en la región. Una Comunidad de Madrid que, de antiguo, fue sinónimo de riqueza hídrica. Hasta el mismo nombre de procedencia árabe así la testimonia: «Magerit», aguas subterráneas.

Precisamente por ese crecimiento de Madrid, con nuevas y mayores poblaciones en su territorio, se hizo urgente no depender solo de las aguas subterráneas. Por ricas e importante que fueran. Ahí está el origen de lo que nos ocupa: los «viages» de agua. De entre los más relevantes, el conocido como el «viage» de la Fuente de la Reina fue uno de los viajes -ahora ya sí, con «j»-, que partía de acuíferos de la cuenca del río Manzanares, en el curso inferior del arroyo del Fresno, confluyendo en él vertientes de los arroyos de Peña Grande, Claudiata, Regilla y Beacos que alimentaban la primitiva Fuente de la Reina en El Pardo. Todo un momento clave para dar de «beber» a la Villa y Corte.

Esta obra de ingeniería hidráulica tenía su inicio cerca de la Puerta de Hierro, en el camino de El Pardo. Seguía dicho camino hasta La Moncloa, y en el paraje denominado Montaña del Príncipe Pío, quedaba regulado su caudal en una sala de máquinas, que elevaba el agua mediante una máquina de vapor y una tubería de hierro hasta la calle de Ferraz, desde donde se distribuía por la ciudad. Todo un ingenio para la época que fue digno de admiración.

Pero volvamos a la herencia árabe de «Magerit». El viaje de la Fuente de la Reina fue un «viage» o «qanat» de la ciudad de Madrid, construido en 1855 y considerado el último del primitivo sistema de conducción de agua en la capital de España. Una «infraestructura» que fue copiada o sirvió de inspiración a otras. Proyectado y realizado por la Comisión de Obras de la Villa, fue un viaje complementario del de la Fuente de la Salud.​ Un lugar este último venerado por muchos madrileños que buscaron en sus caños esa salud que daba nombre a la fuente... aunque no siempre con éxito. Tenía una longitud de 4.113 metros, y aportaba 581.097 litros cada 24 horas, surtiendo unas 32 fuentes públicas.

Unos «viajes», como ya apuntamos, que sirvieron de modelo de las obras que alumbraron el conocido y reconocido Canal de Isabel II.

Aquello, con todo, fue inaugurado en 1855 por el alcalde Valentín Ferraz. Su caudal, además del abastecimiento a la vecindad, contribuyó al riego de los nuevos jardines de la plaza de Oriente, y surtir las modernas fuentes de hierro fundido situadas en las vecinas plazuelas de San Marcial (luego plaza de España), las Capuchinas, Celenque, Consejos y plaza de la Encarnación; además de aportar nuevo caudal a las viejas fuentes de las plazas de Santa Cruz, plaza de la Cebada, Puerta de Moros, y a los caños y fuentes de la calle de Toledo y del cerrillo del Rastro. Con todo, aquellas obras fueron «oscurecidas» en protagonismos por otras, pues tres años después de concluirse su construcción, el 24 de junio de 1858, se inauguró el Canal de Isabel II.

Una obra que daría de beber a Madrid y que tendría un mayor y mejor control higiénico; algo clave ante el desarrollo de todo tipo de enfermedades que traía no tener agua corriente... o que estuviera contaminada. Algo que se trató de solucionar, desde el principio, con depuradoras en la calle Goya o en las plazas de Chamberí o Santa Bárbara.

Unas historias lejanas cuando, hoy en día, abrimos el grifo... y sale agua.