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Medio Ambiente
Carolyn Steel, arquitecta y escritora: «La única comida a precio justo es la ecológica»
Extraña que una arquitecta haya escrito dos de los ensayos sobre alimentación más sobresalientes del siglo. Carolyn Steel (Londres, 1959) siempre ha sentido interés por los edificios, pero no solo por su forma física. En el super ventas« Ciudades hambrientas» ex pone cómo la comida ha moldeado nuestros entornos urbanos y cómo puede destruirlos –así como al planeta en su conjunto–, mientras que en «Sitopía» (que Capitán Swing acaba de traducir al español) se pregunta cómo los alimentos pueden salvar el mundo. Entrevistamos a la profesora británica en una videoconferencia que atiende desde su hogar, en Reino Unido.
De arquitecta a «socióloga» de la alimentación, ¿cómo fue el paso de una disciplina a otra?
La arquitectura me aproximó a lo que realmente me interesaba: el estudio de la vida humana. Me percaté de que no eran los edificios, sino nuestra relación con ellos lo que me apasionaba. Fue durante mi estancia en la London School of Economics [fue directora de estudios del programa Ciudades, Arquitectura e Ingeniería] donde conocí a otros arquitectos, políticos, economistas, ingenieros... que luchaban por encontrar un nexo común con el que hablar sobre las ciudades. Me di cuenta de que la comida tiene el poder de unirlo todo. De hecho, rige nuestro día a día. La gente nace, come y muere. Las cosas más importantes de la vida suelen coincidir con aquellas que pasamos por alto y la comida es una de ellas.
Una de las ideas vertebrales en sus obras es que la gente de las ciudades no se plantea cómo ha llegado la comida a su plato.
Exactamente. Abrimos la nevera y aparece lo que «necesitamos». Pero el desayuno de esta mañana seguramente ha llegado a tu mesa después de recorrer miles de kilómetros. Tanto en las grandes ciudades como en los pueblos pequeños nos hemos acostumbrado a saber que las tiendas nos proveerán de alimentos y no nos preguntamos por su lugar de origen, su coste real, ni por su impacto en el diseño del planeta. Sin embargo, al año, 19 millones de hectáreas de bosques tropicales se reconvierten en tierras de cultivo y el 70% del agua se destina a labores agrícolas. Y mientras, también anualmente, se desperdicia alrededor de un tercio de toda la comida para consumo humano, unas 1.300 millones de toneladas, junto con toda la energía, agua y químicos necesarios para producirla.
¿Por qué es el mercado de la alimentación tan volátil en cuanto a los precios?
La comida es diferente a cualquier otra materia prima como el oro o el petróleo porque la cantidad de la que se dispone es muy variable, está sujeta al clima o a las guerras. Por ejemplo, hay países que dependen literalmente en un 90% del cereal procedente de Ucrania. Esto es un problema muy grave. No nos estamos alimentando con productos locales, sino a través de un sistema controlado por grandes corporaciones. Tan sólo cinco empresas multinacionales controlan el 80% de la industria alimentaria, y lo que hacen es comerciar comerciar con los cultivos antes incluso de que el agricultor empiece a plantarlos. Así, nos encontramos con que la mitad de las personas más pobres del mundo son pequeños agricultores que producen el 70% de la alimentación mundial. ¡Es descabellado! En esencia, el consumidor medio siempre compra lo más barato, pero no deberíamos hacerlo por las implicaciones que conlleva: entre ellas, la destrucción ambiental y unas condiciones pésimas de trabajo. De hecho, la única comida que no tiene un precio más bajo del que debería es la comida ecológica, local y de temporada.
¿Qué significa «sitopía»?
Al escribir el último capítulo de «Ciudades hambrientas» comencé a explorar sobre las utopías. Esencialmente, esta palabra significa un lugar feliz que no existe. Eso me deprimió [ríe]. Entonces decidí inventar la sitopía. Procede de las palabras griegas sitos, comida y topos, lugar. Describe un mundo en el que la comida está situada en el centro de la vida porque, cuando más la valoremos, más cerca estaremos de esa utopía. El diseño de nuestro mundo es fruto de la manera en que nos alimentamos y podríamos utilizar la comida para hacer un mejor diseño. Desgraciadamente, el confinamiento nos ha enseñado mucho sobre cómo, en realidad, deseamos recalibrar nuestra vida entre la ciudad y el campo. Restaurar nuestra relación con la naturaleza.
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