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Día Mundial del Medio Ambiente
La lucha contra la sequía: ¿restringir el uso de agua o mejorar infraestructuras?
Gestionar la demanda, aumentar las obras de ingeniería civil, buscar soluciones tecnológicas o eliminar el regadío... Los expertos debaten sobre cuál es la mejor solución para la falta de agua en España
Las lluvias de esta primavera han dado un necesario respiro a los embalses. San Pedro ha intercedido: Cataluña ha pasado de la sequía al agua a raudales en cada vez más ríos, fuentes y cascadas. Incluso algunos pantanos han batido récords. El de Sau –una de las principales fuentes que abastecen a Barcelona– no tenía tanta agua desde hace diez meses, y las ruinas del antiguo pueblo que apareció al secarse el embalse han quedado de nuevo sumergidas bajo el agua, como una Atlantis moderna.
La pregunta que surge ahora es: ¿qué vamos a hacer para que situaciones como la que se ha vivido en la región catalana no vuelvan a repetirse o lo hagan con menor gravedad? ¿Cómo nos adaptaremos para el próximo periodo de escasez? San Pedro no va a ser tan generoso siempre. Ya no solo con Cataluña, sino con el resto de cuencas mediterráneas. La sequía es un fenómeno periódico en España, propio de nuestro clima. Por ello, muchas personas se preguntan qué medidas puede adoptar el país para garantizar el suministro. El debate está ahí: ¿Consumir menos agua o mejorar las infraestructuras? ¿Cuál es la solución para la sequía?
Según Guillem Martín, profesor de Meteorología y Climatología en la Universidad Carlemany, se tendrían que priorizar las infraestructuras que conduzcan a un desarrollo sostenible. «Cuando hablamos del uso de agua, muchas veces solo pensamos en lavar los platos o en la ducha, pero nos olvidamos del uso industrial del agua, que es mucho mayor. La comida procesada, fabricar ropa o la industria farmacéutica consumen enormes cantidades de agua. Internet y, hoy en día, los móviles también gastan agua por la refrigeración de los locales donde se encuentran los servidores», relata Martín.
«Optimizar el uso del agua requiere mejorar las infraestructuras actuales y crear otras nuevas, pero poniendo por delante la economía circular. Por ejemplo: las desaladoras generan una gran cantidad de salmorra, agua con una gran cantidad de sal que se ha conseguido con un gasto muy elevado de energía para obtener agua dulce. En lugar de usar solo uno de los productos, el agua dulce, también podríamos aprovechar la salmorra. Solución a las sequías no hay, estamos en el Mediterráneo y son fenómenos recurrentes, pero podemos adaptarnos mejor», manifiesta.
Las voces más críticas contra soluciones tecnocráticas como la desalación sostienen que no sirven para fomentar y consolidar políticas agrícolas, urbanísticas y turísticas que atajen el problema de raíz, sino que «dan por bueno» un modelo insostenible de desarrollo. Pero Alberto Garrido, catedrático de Economía y Política Agraria de la ETS de Ingeniería Agronómica de la Universidad Politécnica de Madrid argumenta que «la desalación es una solución lógica, eficiente y controlable en el Mediterráneo. En cuanto a la regeneración, sin duda, en Murcia y en el resto de España tiene mucho recorrido; algún embalse más puede ser útil –añade, pese a la oposición que generan–. No hay una solución única a la escasez, sino una combinación de medidas».
Gestionar la demanda y buscar soluciones en las obras de ingeniería civil tampoco es una contradicción para él. «Todo suma: desalación, reutilización, obras de ingeniería civil, mejores infraestructuras, gestión de la demanda, alcanzar la eficiencia técnica en el uso...», enumera Garrido. Martín también apoya el despliegue de desaladoras, aunque hace hincapié en que deben mejorar su impacto ambiental: «Coger agua del mar para uso doméstico o industrial no tiene repercusión a nivel global, pero sí que requiere un gasto de energía muy elevado. Tendríamos que analizar cuántas toneladas de CO₂ emite, si no son de origen renovable».
El climatólogo sitúa el verdadero dilema en encontrar un equilibrio entre la búsqueda de nuevos recursos hídricos y el respeto a las funciones de los ciclos naturales. «La Tierra y la humanidad se encuentran en una encrucijada entre priorizar el desarrollo económico o garantizar la sostenibilidad de los recursos naturales», advierte. «Los mandatarios deberán decidir cuál será la vara de medir, si la económica o la ambiental. Muchas veces es más cara (económicamente) una infraestructura que respete más el medio ambiente que una que no lo haga, pero quizá tendríamos que dejar de valorar nuestras acciones desde la economía y empezar a hacerlo desde la sostenibilidad ambiental», alega.
Por su parte, Garrido afirma que «hace falta canalizar la inversión en muchas líneas». La estrategia, dice, «está trazada en los planes de cuenca para el periodo 2022-2027, aprobados en enero de 2023». Estos contemplan más de 20.000 millones de euros para inversiones en modernización, mejora de saneamiento y depuración, abastecimientos, infraestructuras de regadíos... En su opinión, «siempre tendremos periodos secos, pero se trata de mitigar sus efectos, proteger el bienestar de las personas y los ecosistemas, y ser económicamente productivos». Martín, por su parte, anima a «invertir priorizando la sostenibilidad medioambiental por delante de la económica».
Otro punto de choque entre las vertientes que tratan de sofocar los problemas endémicos de la sequía en España, lo encontramos en la agricultura. Por un lado, la escasez de precipitaciones merma las cosechas. Por otro, colectivos ecologistas como Greenpeace afirman que alrededor del 80% del agua la consume la agricultura. ¿Es posible reducir este porcentaje sin decrecer la productividad? «En 2022 y 2023 hemos gastado mucho menos del 80%; la superficie regada ha disminuido en 200.000 hectáreas y se han priorizado los usos. La eficiencia económica del riego se ha duplicado en 20 años. Es mejor implantar tecnologías de eficiencia y regular los usos, como se ha hecho en las cuencas que han estado en situación de sequía, no eliminar, como se dice muchas veces, el regadío», manifiesta Garrido.
Martín está de acuerdo en que «estos consumos varían en función del área geográfica. En el norte, el porcentaje de agua destinada a la agricultura es menos del 25%». Para él, el sector primario es básico. «No es más sostenible llevar cereales de Centroamérica que cultivarlos con regadío en la Península. Evidentemente, es posible reducir el consumo de agua sin mermar la productividad, y con la ayuda de la tecnología todavía sería más fácil, pero para esto las administraciones tienen que acompañar al sector. Además, para ganar eficiencia se podrían adaptar los cultivos según la zona y su climatología». ¿Servirán todas estas soluciones para mejorar la situación en unos 10-20 años? «Si se prioriza la sostenibilidad medioambiental y se tiene paciencia, sí. Si cuando vuelva a llover se vuelven a olvidar de la gestión de la sequía, estaremos peor», concluye.
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