Opinión
Pirómanos
Los fuegos se pueden apagar con agua o si depende del pirómano, con gasolina. Hierro va a ejercer de bombero profesional. El martes por la noche intentó convencer a Rubiales de que despedir a Lopetegui, a las puertas del Mundial, podía resultar una decisión catastrófica, una vez reconocido que Julen, a quien Fernando reprendió, metió la pata hasta el corvejón por precipitarse. Los capitanes pidieron árnica para el técnico y el director deportivo trató de convencer al presidente para que recapacitara. Rubiales, con fama de disparar primero y luego preguntar, tenía la decisión tomada, casi desde el momento en que el Real Madrid hizo oficial el fichaje de su seleccionador. A él, así lo confesó, se lo notificó el club «cinco minutos» antes de publicitarlo y no le hizo ni puñetero caso cuando pidió mantener la operación en secreto. No le dieron siquiera la opción de debatirlo, de establecer una estrategia para que las llamas no alcanzaran a la Selección. Frente a la política de hechos consumados, caminaron casi a la par la destitución de Lopetegui, que optó por no explicarse, y el nombramiento de Hierro como seleccionador. Del mal, el menos. Fernando conoce el paño, a los jugadores, lo que piensan, cómo juegan y colaboraba estrechamente con el entrenador. Toma el mando, a la fuerza. Podía haber escurrido el bulto, como pudo haber dimitido cuando la Federación que le fichó sufrió con el elegido los primeros movimientos sísmicos antes de llegar a Rusia –algunos le tocaron muy de cerca–.
Ahora Fernando Hierro es el seleccionador y la Selección su responsabilidad porque los jugadores se lo han pedido. Tratará de apagar este fuego por el que se vio rodeado. Tiene futbolistas y conocimientos para llegar lejos. El otro incendio, el del Madrid y la Federación, ése no tiene remedio. Irá a más.
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