Opinión

La estrella

De una conversación coloquial, me quedo con esta frase de Del Bosque: «Si el futbolista hace de futbolista no hay problema». Venía al hilo del quilombo que sobrevino a la Selección tras el despido de Julen Lopetegui. La preocupación por el seísmo de Krasnodar era más ostensible entre los amateurs que entre los profesionales; es decir, que los satélites estábamos más preocupados por las consecuencias de ese vacío que apresuradamente Hierro llenó que los auténticos protagonistas.

Lopetegui partió con sus dos ayudantes; Hierro, fortificado por los análisis de cada rival efectuados por Gonzalo Antolín durante los últimos años, suplió a unos especialistas con otros de su confianza, añadió a Marchena al staff y se apoyó en Celades. Cambiaba el jefe, pero no el sistema ni el estilo ni siquiera el librillo. Hierro y Lopetegui formaban un tándem que compartía dudas y certezas. Al quedarse solo el primero, necesitaba por encima de todo la compañía del futbolista, su complicidad, su implicación, su entrega a la consecución de un objetivo que el cambio de entrenador no interrumpe: la segunda estrella.

Empezó el duelo y comenzó la carrera por el título. El penalti de Nacho y un cuarto de hora inicial de errores en la entrega y descoloque general frente a los campeones de Europa sembraron de negros presagios la Roja. Como si el anuncio del Madrid y el despido de Julen, cornada de doble trayectoria en la femoral de la Selección, desangraran a un equipo con aura de ganador. Entonces los futbolistas hicieron de futbolistas, miraron a la banda y observaron al jefe dando instrucciones. Ni el banquillo estaba vacío ni el campo ocupado por fantasmas.