Opinión
Capitanes y reyes
Piqué le van a tirar de las orejas cuando regrese a Barcelona. El club ha patinado con el fichaje frustrado de Griezmann. En uno de esos sueños más esotéricos que eróticos, algún que otro directivo culé veía al rojiblanco en el Camp Nou una tarde cualquiera de fútbol. Antoine, de azulgrana; el color del pelo, a juego con la camiseta; la nuca en amarillo, guiño de cortesía al sector «indepe». Antoine bajaba a la defensa para llevarle balones a Messi; se partía el pecho en la media para que Luis Suárez no gastara ni un gramo de energía en otra misión que no fuera enchufarla; intercambiaba la posición con Coutinho y aún con la lengua afuera alcanzaba posiciones de remate y hasta marcaba goles. Recuerdos del Cholo. Griezmann «c’est magnifique». En éstas suena una música cercana; es el televisor del dormitorio, que hace las veces de despertador. El presidente, al cabo de unos segundos, supera la desorientación, parpadea y en la pantalla ve a Griezmann que dice: «Me quedo». Y entre los títulos de crédito, Gerard Piqué, productor. Alucina. Acto seguido Marta Solano anuncia en el Canal 24H que el Atlético medita denunciar al Barça ante la FIFA por dirigirse a un jugador con contrato en vigor. «Tenemos pruebas», argumenta Miguel Ángel Gil Marín. Más al sur, en Villarreal, Fernando Roig y José Manuel Llaneza escuchan entre asombrados y perplejos la declaración de principios y dignidad del consejero delegado rojiblanco: «¿Y Rodri no tenía contrato en vigor cuando le tiraron los tejos los del Atleti?». Superado el espacio de la tragicomedia, en la tele aparece Fernando Hierro. Viste chandal. Los dos trajes, las camisas y las corbatas, en el armario. Pisa la hierba, instruye. Es el entrenador de la Selección, no un parche. Ha llegado al banquillo por accidente, mas quien sabe si caído del cielo. Fue tan abrupta la salida de Julen Lopetegui que su entrada ha carecido del ruido mediático que conlleva el fichaje de un seleccionador. El barullo acompañó al que se fue, retumbó en el presidente de la Federación y en el del Madrid, mientras Hierro cogía los trastos. Sin poses. Conoce el percal, ha sido jugador antes que técnico; la caseta no tiene secretos para él. Habla con un jugador aquí, con otro allá. Intercambia opiniones con los pesos pesados, capitanes como Sergio Ramos, que ejercen como tales, y reyes como Gerard Piqué, quien sin ostentar la estrella de capitán ni el Barça ni en la Selección es su majestad. El primer asalto es con Portugal. Hierro ha aplicado la teoría del orden. No ha alterado las previsiones de Lopetegui. Ha mantenido la autoridad en el vestuario. Ha alineado un equipo ganador –que empató el envite más complicado– frente al campeón. España jugó mejor, más allá del 3-3 y sus circunstancias. Diego Costa ha dado la razón a quienes creyeron en él y Hierro le mantiene. El debate de la portería lo ha cerrado a la primera: De Gea es su cancerbero. Pero si el guardameta vuelve a despistarse contra Irán, entonces será el momento de tomar medidas. Hoy, en el examen final de De Gea, España es favorita. Hierro acierta.
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