Opinión
La objeción
Una vez, estando yo en el colegio de monjas, la madre superiora nos informó de una actividad escolar que se salía de lo habitual: nos iban a hablar de educación sexual. Creo que pueden Vds imaginar la emoción que sentimos las niñas y los nervios ante semejante acontecimiento. A la postre fueron unas filminas con gente corriendo por una playa que acababa abrazándose y la idea fuerza final de que lo mejor era el amor romántico y poco toqueteo. Para todo eso, por supuesto, tuvieron que firmar nuestros padres una autorización y a mí me pareció de lo más normal, la verdad. Y lo cierto es que, si tuviera hijos, y algún día en el colegio hubiera una charla extraordinaria o con una temática diferente, también me gustaría estar avisada. Puede dar aquí la sensación de que estoy a favor del pin parental de Vox en Murcia (con el apoyo del PP) pero nada más lejos de mi intención. Podría entonces dar la impresión de que estoy a favor de lo que dice el Gobierno de Pedro Sánchez que asegura que “los hijos no pertenecen a los padres”, pero la frase me parece tan peligrosa que prefiero no seguir escarbando. La idea de Pedro Sánchez de que entreguemos la educación de nuestros hijos de manera ciega, incondicional y sin posibilidad de intervención alguna al colegio o a sus profesores me suena a irresponsable. Quiero y tengo el derecho a saber lo que mis hijos estudian. Ahora bien, alienar a los niños, contaminarles de antemano contra el feminismo, contra la igualdad de hombres y mujeres, o contra la opción sexual de cualquier ser humano, me parece de las cosas más torpes, catetas, e involucionistas que pueda imaginar. Porque lo que Vox quiere, no se equivoquen, no es que los niños vean contenidos peligrosos. Lo que Vox quiere es una sociedad bien peinada y decente, excluyente y unívoca. Y, sobre todo, donde se imparta el miedo contra todo lo que se les escapa aún de las manos.
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