Opinión
Mi mamá
Hoy es el cumpleaños de mi madre. Cumple ochenta y seis años. Mi madre creció en una familia humilde, sin posibilidad de estudios. Eran cinco y, normalmente, había un huevo solo para cenar, un huevo para los cinco. Mi abuela les mandaba a vender churros de estraperlo a la estación de tren. Y no llegaban. Del hambre. Todo esto de mi madre podría haber sido una historia muy triste, pero aún faltaba lo peor. Se fue a vivir a Madrid a trabajar a la Telefunken, a ocuparse de las cajas de cartón en las que se metían los televisores. Y después, cuando ya tenía treinta años, conoció a mi padre. Una mujer de treinta años soltera en aquella época era un bulto sospechoso. Así lo entendió mi madre y así cometió el mayor error de su vida. Y tres años después, nací yo. A veces pienso si mi madre sin mí hubiera sido más libre, más dueña de su vida, más poderosa. Pero llegué yo. Y todos sus intentos por cambiar su dinámica se fueron a la mierda. Porque estaba yo. Porque, aunque su día a día era insoportable, creía que yo merecía la pena. Seguramente no fue la madre más linda, ni la más cariñosa, ni la más empática, pero fue mi madre. Es, a día de hoy, mi madre. Hoy va a comer con unas amigas y no hay nada en el mundo que pueda hacerme más feliz que ella tenga todavía fuerzas para salir, para remontar todos esos años infelices y tristes, para olvidar que una hija no siempre es una bendición. Así que hoy cumple ochenta y seis años y quisiera decirle que todo lo que he hecho en mi vida ha sido para devolverle la felicidad que le costó tanto conquistar. Que, quizá, no haya sido la mejor hija, pero que se que ella no quiso nunca otra hija mejor. Y que yo nunca soñé con una madre más sarcástica, graciosa y peleona que ella. Felicidades, madre. Que me dures mil.
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