Opinión

Faulkner

Se ha muerto un señor que nació en la Calle del Rosario de Albacete. No creo que recordara sus orígenes con simpatía al principio, también es verdad. Me temo que estuvo «enfadao» muchos años hasta que, en un momento dado, como a todos los manchegos, la historia se nos da la vuelta. José Luis Cuerda se ha muerto y para los de Albacete se nos ha ido el Woody Allen del Nueva York de la Mancha. Porque Almodóvar, es así, nos puso a los manchegos en órbita, a todos los manchegos, pero solo Cuerda lo hizo con los de Albacete. «Amanece que no es poco» se estrenó el Trece de Enero de Mil Novecientos Ochenta y Nueve en el Cine Gran Hotel de la ciudad que vio nacer a Cuerda y fue un acontecimiento interplanetario. No era ir a ver una película, era ir a localizar cuándo aparecía un amigo. Coño, pero si es Juan Ángel. Pero si el americano ese de gafas es Miguelico. Mira qué bonico canta Elisa. (Elisa Belmonte es una soprano estratosférica pero en ese momento todos la veíamos como la hermana de su hermano José Pablo). Cuerda puso nuestra realidad patas arriba y nos enseñó que, esa manera de ver la vida tan ruda, tan bruta y tan despojada de artificio, tiene un género cinematográfico y tiene, incluso, una manera de seguir respirando. Esa forma de acabar un dramón con una sonrisa, ese quiebro macabro, sutil pero de hostión, es lo que somos. Y por eso hemos sobrevivido, no hay otro secreto. Como me dijo ayer un amigo «El humor es lo más revolucionario, lo más terapéutico, más que el amor. Se puede vivir sin amor, pero no se puede vivir sin humor». Así que quiero agradecerle a José Luis Cuerda toda su bonhomía, su mala leche al mismo tiempo, su lucidez, su humildad y su cagarse en todo cuando tocaba. Por Faulkner, por el libre albedrío, y por sacarse la chorra.