Opinión

El campanazo

Esto del torero Enrique Ponce y su salto de la rana deja claras bastantes cosas. Tomemos como ejemplo su caso para sacar algunas conclusiones. La primera es que hay mucha gente que sabe vivir en la mentira de su matrimonio durante años con la excusa de que es mejor para los hijos y, de buenas a primeras, que deje de ser tan bueno para los hijos y pegar el campanazo. El campanazo no depende de si conviene o no a su antigua familia: depende de cuando le sale de lo que viene siendo al que ya ha encontrado una nueva relación. La segunda es la demostración de que la abnegación eterna es un mal negocio para una mujer. Para todas las mujeres. Para las que estudiaron, para las que se prepararon profesionalmente y para las que no lo hicieron. Para ninguna mujer. La tercera es que da igual que seas extraordinariamente hermosa, culta o delicada: si se le acaba el amor a la otra parte, todo eso se va a marchitar al instante. No tendrá importancia alguna. La cuarta es que estos que no quieren vivir en pecado a veces llegan tarde a sus principios. Y la última y la más importante, sobre todo para nosotras. Considerar que es normal que un hombre de una cierta edad se encandile de una chica joven en vez de hacerlo de una mujer con experiencia y con cicatrices, me parece lo más antiguo, rancio e involucionista que puede haber. Y que eso lo defendamos también nosotras, es para que nos lo hagamos mirar. Una mujer, con o sin pareja, con o sin belleza, con o sin pino del que colgarse, es un ser completo, pleno, digno y singular que debe buscar siempre seguir siendo lo que es. Y una última, que es un consejo para el torero: cuando le pregunten qué le gusta de su nueva ilusión, procure evitar «saca muy buenas notas». Suena a papito.