Opinión
Cabestros
Los que un día nos alejamos de los toros sabíamos que no dejábamos la afición por culpa del animal, extraordinario, diferente, y de una personalidad compleja y apasionante. Los que dimitimos de los toros sabíamos que nos íbamos por la gente. Ahora, pasados unos años y con la convicción de que esa tradición debe desaparecer porque así lo manda el signo de los tiempos, esos que un día nos alejamos de los toros acabamos de corroborar que hicimos lo correcto. El viernes, en Toledo, una ministra fue insultada gravemente, fue intimidada y su coche sufrió desperfectos por el ataque de unos cabestros, de unos gañanes que dicen defender el mundo del toro pero a los que, en el fondo, se les ha visto el pelo de la dehesa. Yo puedo entender, como todos, que tienen derecho a reivindicar lo que creen que es justo: se sienten discriminados por haber quedado fuera de las ayudas que concede el Ministerio de Trabajo por la crisis del coronavirus a los artistas de espectáculos públicos. Todo el mundo tiene derecho a protestar, a salir a la calle y a hacerse oír, pero lo que pasó el viernes en Toledo es cualquier cosa menos una justa petición de igualdad entre sectores. Lo que el viernes pasó en Toledo es que ese grupo de hombres, en nombre de la fiesta de los toros, acosó gravemente a una mujer a la que llamaron «cerda», «golfa», «roja de mierda» e «hija de puta», rodearon su coche, y lo golpearon. Seguramente, si en vez de ser una mujer la que va en el coche hubiese sido un hombre, ninguno de esos valientes hubiera empleado «cerdo» o «golfo», pero quedan lo suficientemente retratados y le hacen un flaco favor a su sector, que no está precisamente para seguir plagado de rancios machistas sin civilizar. Háganselo mirar, que con tantos agujeros no se les sostiene el negocio. Ah, y cambien de insultos, que los tenemos muy oídos.
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