Opinión

Micromachismo

Hace más de un cuarto de siglo me encontraba impartiendo una conferencia en un ciclo que se celebraba en el Museo romano de Mérida y en el que participábamos varios historiadores. No recuerdo exactamente el tema que expuse, pero sí que, al concluir, una de las señoras o señoritas asistentes pidió la palabra y comenzó a embestir contra el texto de la Biblia alegando que Dalila, la mujer que traicionó a Sansón, era presentada, machistamente, como castradora. Me vi en la obligación de aclarar a esta señora o señorita que lo único que Dalila había cortado a Sansón era el cabello a lo que repuso que sí, que cabello era, pero el púbico. No me quedó más remedio que indicar cortés, pero firmemente, a mi interlocutora que resultaba muy difícil que el pelo que Dalila había cortado a Sansón fuera el del pubis por la sencilla razón de que lo llevaba recogido en siete trenzas y no parecía muy verosímil semejante exceso capilar encima de los genitales. Las carcajadas fueron sonadas y todavía años después algunos de los presentes recordaban a aquella feminista sin poder contener la risa. He recordado la anécdota al contemplar a una representante pública que ha tildado de micromachismo el frío que había en la localidad donde se encontraba. Al parecer, el termómetro en su condición masculina desprecia a las mujeres haciéndolas tiritar. Cualquier cosa que molesta, que no entra en las angostas y limitadas entendederas, que se sale del dogma se convierte en micromachismo y, por lo tanto, en arma arrojadiza contra los hombres que es de lo que se trata.

Si se cede el paso o el asiento a una mujer es micromachismo, pero podría serlo también la conducta contraria. Si se trata con educación a una fémina podría ser una muestra de ese micromachismo condescendiente para con la mujer, pero el actuar de otra manera también encajaría en tan difusa definición. ¡¡¡No digo ya nada si al servir en un bar se coloca el coñac delante del varón y el zumo de naranja ante la hembra cuando fue ésta la que ordenó el lingotazo!!! Han pasado dos décadas y media decía al principio, pero resulta innegable que las majaderías grotescas de las que se reía la gente hace tiempo se han consagrado como vía para convertirse en vicepresidenta, ministra o alcaldesa. Hiela la sangre, pero, sin duda, es por culpa del machismo.