Opinión

Todo plano

De estos últimos días he sacado dos conclusiones. Una. Quiero tener el cuello de Cayetana Álvarez de Toledo. Lo quiero. Ya. Cuanto antes, mejor. Puede ser que ese cuello tenga que ver con que sea de familia patricia argentina y de rancio abolengo europeo, puede ser. Puede ser que, además, ese cuello maravilloso que tiene Cayetana ( y que ya quisiera yo para mí) tenga que ver con un concepto del que yo estoy absolutamente exenta: la clase. Cayetana tiene clase para aburrir (y yo soy una burricerda) y es inteligentísima y brillantísima. Su discurso es, normalmente y si concuerdas con sus ideas, demoledor. Magnífico. No se le puede poner un pero. Esto lo digo yo que jamás se me ocurriría votar a alguien así pero de la que tengo la mejor de las opiniones contrarias políticas. La admiro y me encanta su cuello, que creo que es el traslado de cómo mira al mundo Cayetana, una mujer que no demuestra ni la más mínima empatía con nadie y que tiene el gesto de estar oliendo todo el tiempo mierda en un palito. La otra conclusión es que el pasado es un cabrón. Aún recuerdo aquel instante en el que, en el Hotel Los Llanos de Albacete, ayudé a Miguel Bosé a cerrar su maleta después de meter los últimos calcetines. Seguramente no se acuerde, pero yo me acuerdo. La verdad es que preferiría no acordarme de nada, pero la mente me putea. Me acuerdo. Imagino que mucha gente recordará aquellos días en los que nos animó a salir para reivindicar todo lo contrario a lo que aconseja la lógica, la salud y hasta la prudencia en esta crisis del coronavirus. E imagino también que toda esa gente recordará también casi veinte discos, con todas las canciones que llevaban los discos, que eso hace más daño que el colorante amarillo de las paellas. Y hasta aquí llegan mis pensamientos. Venga, que es agosto y mis neuronas están como el Presidente. De vacaciones. Hay que joderse.