Opinión
Marta
Hay un grupo de comunicación que ha prescindido por completo de las colaboraciones de una tertuliana de la prensa precordial. La muchacha fue noticia hace unos meses cuando, su por entonces novio, enseñó más de la cuenta la decoración de su salita de estar. Desde entonces, la susodicha, contrita al principio, ha intentado remontar el revés y al parecer lo ha conseguido a dos manos. Tanto recuperó la ilusión que quiso mostrar al mundo entero su renacimiento y colgó en sus redes sociales momentos juveniles y gozosos sin mascarilla, sin distancia y sin echarle a la cosa un poquito de sensatez, con la falta que nos hace en estos momentos. Yo, para empezar, la hubiera multado por mal gusto, porque enseñar esas cositas tan pasadas de vueltas tratando de demostrar una felicidad que resulta casi enternecedora, es una horterada. Y para seguir, puede que a mucha gente le parezca una medida exagerada y desproporcionada, pero aquí la única que quiso poner en riesgo no solo a sus compañeros, sino el sustento de su prole, fue la colaboradora que, en un ejercicio de irresponsabilidad manifiesto, se saltó cualquiera de los consejos y de las normas que imperan estos días. Esa colaboradora y a cuenta de su ruptura, ya demostró que lo del confinamiento con su ahora ex pareja no se estaba cumpliendo en absoluto, así que además es reincidente. Pero voy más allá: su nombre no importa. Hay muchas Martas en el mundo, hay muchas en España. Y muchos también. Gente que se pasa por el forro su seguridad, la de los demás, que pone en juego la estabilidad de su empresa (con lo que están sufriendo en estos momentos) y que mira para otro lado como si las recomendaciones, las responsabilidades y las exigencias solo fueran para los demás. A todos esos les debería pasar lo que a Marta. Que ya está bien de que eso de cuidarnos para cuidar únicamente nos valga a algunos.
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