Opinión

Esclavitud ansiada

En los años treinta, durante la Gran depresión, el presidente Roosevelt articuló medidas de intervención estatal destinadas a crear puestos de trabajo. Hoy sabemos que esa conducta retrasó la salida de la crisis económica, pero, en aquel entonces, los que pescaron un empleo debieron sentirse en el paraíso. Entre las tareas creadas estuvo la de recoger los testimonios de los antiguos esclavos. De manera sorprendente, los encargados encontraron a multitud de negros que añoraban la esclavitud. Las razones eran, fundamentalmente, tres. La primera que, en la época de la servidumbre, era mucho más fácil eludir el trabajo. Mientras el capataz vigilaba a los del lado izquierdo, los del derecho se dedicaban a la holganza y viceversa. Llegada la libertad, vaguear laboralmente se había convertido en imposible. La segunda era que, bajo un amo, los esclavos eran cuidados al enfermar o envejecer. Propiedad a fin de cuentas, sabían que comida y médico no faltarían si su salud se resentía y, desde luego, que, llegada la ancianidad, no serían arrojados a la cuneta sino cuidados. Finalmente, la libertad había asestado un duro golpe a la promiscuidad sexual. En tiempos pasados, había multitud de amos a los que no importaba lo más mínimo con quien copularan sus esclavos, pero, llegada la Emancipación, los moralistas se habían empeñado en que los negros contrajeran matrimonio y llevaran una vida decente. El plan estaba bien, pero había gente que rememoraba añorante cuando fornicaba sin freno. He recordado este episodio tan desconocido y tan revelador contemplando la realidad española. Al parecer, no pocos esclavos acariciaban en el recuerdo la época en que no eran libres siempre que se les garantizara trabajar lo menos posible, siempre que se les convenciera de que iban a contar con una cobertura, por muy miserable que fuera, que hoy denominaríamos social y siempre que se les permitiera dar rienda suelta a sus impulsos sexuales. A algunos, semejante circunstancia nos hiela la sangre en las venas porque deja de manifiesto que buena parte de la población –en España, por razones culturales, quizá la mayoría– puede vivir sometida a servidumbre si en esas circunstancias se le garantiza trabajar poco, recibir una cobertura social aunque sea miserable y tener la conducta sexual propia de primates no especialmente civilizados. De ser así, podemos tener gobierno social-comunista para rato. ¿A fin de cuentas, no hay millones de españoles que añoran cuando no había libertad?