Opinión

Clasismo de clase

De todas las cosas que le suceden a mi Españita, una de las más chuscas es este reverdecer de la lucha de clases en torno a las medidas contra el Covid en el Sur de Madrid. De pronto, en Vallecas todos son camareros y limpiadoras. Me gusta ese chiste en el que a alguien le preguntaban si le gustaban las rubias y respondía «¿Todas?». El análisis que se viene sobre el clasismo contra los barrios desfavorecidos resulta clasista en sí mismo, además de paternalista y caricaturizante. A mí esta cosa de la «España de los camareros» me enfada mucho, porque yo siempre fui camarerista. También porque asocia a un país entero un estereotipo y porque hace de menos al colectivo al que pretende defender. Pobrecitos camareros, dicen, que serpentean entre las mesas con la humillación en la bandeja. Ya se pregunta uno qué hay de malo en ser camarero –si el ejercicio de ese trabajo lacera el honor de la persona que lo ejerce–, y por qué según la nueva izquierda cabe mucha dignidad en profesiones de su sistema mitológico como la de minero, por ejemplo, y tan poca en la de camarero.
Estas cosas pasan porque, como escribía Luis Miguel Fuentes, la elite de la nueva izquierda de la facultad de Somosaguas estudiaba a los pobres como si fueran esferas perfectas y así afloran estas disonancias del clasismo de clase en el que hay que reconocer un eco literario e irresistible. Pablo Iglesias tenía un piso en Vallecas como Karen Blixen tenía una granja en África. De ahí discurre en la izquierda un ecosistema de melancolías de paraíso perdido que, como todas las añoranzas del pasado, pretende mediante la recurrencia pegajosa de la nostalgia y dos o tres trucos de novelista, que el mundo sigue siendo el mundo y sobre todo, que uno sigue siendo uno. Karen Blixen conocía una canción de África –habla de la jirafa y de la luna nueva descansando sobre su lomo–, e Iglesias recuerda aquellos partidos de fútbol que veían en la tele con los colegas, el cielo por asaltar, el pisito de soltero y el paquete de azúcar sobre la mesa porque no había azucarero.