Opinión

Mi perro no es mi hija

Unidas Podemos ha promovido en Collado Villalba (Madrid) que los lunes no se sirva carne en los colegios. Ir a un pueblo ganadero de la sierra de Madrid a defender el fin de la carne suena a montar una excursión para pedir la prohibición del vino en Haro, pero ahí los tenemos. Los lunes sin carne y sin trabajo.

Dicen que no debemos comer animales pues hemos perdido las garras y los colmillos. Igual no tenemos garras justamente por haber comido animales y en general por habernos convertido en el extraño y prodigioso «Homo Sapiens». Inventamos el cuchillo, la mira telescópica, los supermercados, el rodaballo de Ganbara y las columnas en prensa. ¡Qué error cometió la izquierda española cuando cambió el ecologismo por el animalismo! Se ven de pronto pidiendo el fin de la ganadería en favor de la industria de la carne artificial, un producto que fabricarán grandes corporaciones y que venderán en España sin la mediación de los «molestos» pequeños ganaderos. Sucederá si triunfa el movimiento de la mal llamada «carne ética», un desastre social y ecológico que las grandes empresas de Estados Unidos engrasan a base de miles de millones de dólares al año y que termina en la moción de Unidas Podemos en Collado Villalba (y en las lunas de las carnicerías apedreadas).

La vigilia animalista de los lunes sin carne tiene sentido si se circunscribe al ámbito personal y religioso, que es de donde procede. El animalismo se disfraza de ternura y de hablarle a tu perro, pero consiste en una creencia salvaje por la que el hombre y el animal son la misma cosa. Dado que resulta complicado que un animal ejerza de humano –mi hija no es mi perro ni mi perro, mi hija–, siempre se termina por animalizar a la persona. Los padres del animalismo Tom Regan y Peter Singer se entretuvieron un tiempo en discutir el caso del perro en el bote salvavidas. Unos náufragos viajaban en una barca junto a un perro, pero a causa del oleaje, comenzaban a embarcar agua y tenían que echar carga por la borda o morirían todos ahogados. Naturalmente, salvaban al perro y arrojaban a un hombre.