Opinión

Insultos

U n estudio de la Universidad de Nebrija se ha dedicado a investigar sobre los insultos más comunes usados por los españoles. Este es mi tema, lo podría haber hecho yo. En el proyecto han participado dos mil quinientas personas a las que se les ha pedido que recuerden qué improperios utilizan a diario para referirse, de manera zafia, a sus prójimos. Bueno, pues no me han llamado y a mí, en este momento de mi vida, aunque hubiera sido de manera científica, me hubiera venido fenomenal ciscarme en tres o cuatro personas justificándolo como un trabajo universitario. No, disculpe, que yo no quería hacerme de vientre en su familia; simplemente es una cuestión de que me lo han pedido y por España lo que haga falta. Bajemos a los hechos.

Entre la lista de ofensas se han incluido «tonto», «imbécil», «idiota» o «payaso». Yo, si quieren que les diga la verdad, eso no lo considero un improperio. A mí me dicen cualquiera de esas cosas y yo no vuelvo ni la cara. Hay otro término que aparece en esa lista que es «subnormal». A mí, particularmente, no me gusta. Es ya casi residual en nuestro país, pero parece que aún hay gente que se niega a sacarlo de su lenguaje. Mal. Está feo, es innecesario y lo creíamos superado. Pero vamos a lo mollar. Lo mollar es que, en primer lugar de la relación de injurias, sigue triunfando el «gilipollas».

Gilipollas es la sublimación de la ofensa, oigan. Gilipollas lo tiene todo: es humillante, rebaja al suelo a quien lo recibe, demuestra a las claras el desprecio que siente el que lo emite, y es unisex. Da igual el sexo, el gilipollas es transgénero. «Capullo» podría estar ahí ahí, pero es mucho más certero el «gilipollas» la gran aportación española al mundo. Esa g inicial, además, está pidiendo alargarla todo lo que se pueda, para que así el improperio te dé como más gustico. Todos los días un «gilipollas» bien dicho y habría menos violencia en el mundo.