Opinión

Furia

El pasado último día del año cabrón, a eso de las cinco y media de la tarde, ya quería salir a matar gente. A las cinco y media de la tarde faltaban todavía seis horas y media para que acabara el año cabrón y entrara este pobre año nuevo que lleva el hombre sobre su espalda toda la presión del mundo. Seis horas y media antes de las uvas, en mi barrio ya había vecinos tirando petardos y fueguitos artificiales de esos cutres y que, a esas horas, ni se ven, pero debe ser que, por encima de la estética, siempre manda joder a los demás. Seis horas y media antes de las uvas, con los petardos por las calles, los que tenemos perro ya conocemos esa sensación, la de querer salir a matar gente. Eres William Foster en «Un día de furia». Eres Simón Fisher en «Relatos salvajes». Te das cuenta de que se te ha puesto la vena del cuello muy gorda y te percatas también de que quedan seis horas y media largas de ver a tu perro debajo del sofá con taquicardia. No quiero ni pensar lo que deben sufrir los padres con hijos autistas o los que usen audífono porque, las personas mayores que los utilizan, notan cómo todos los ruidos se disparan, incluyendo estos tan simpáticos de los que estamos hablando. En Valencia, ha muerto un señor de un infarto por el susto que le produjo un petardo de grandes dimensiones que dos cabestros le habían lanzado cerca, así que esto ha dejado de tener la más mínima puta gracia. De hecho, subes con el cabreo de una mona y te pones a consultar la normativa al respecto. Primero, hay que llamar a la Policía. Luego la Policía debe medir si el ruido es suficientemente molesto. Después, en los días «señalaítos», no es sancionable hacer explotar artificios pirotécnicos. En resumen, que te vas con el perro a casa sin poder hacer sus cositas y deseando que se nos hagan cortas las seis horas y media. Seis horas y media con ganas de tener escopeta.