Política
Defender la inocencia
Madre mía, Tania, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, dando por saco de 1789 en adelante
Defender la inocencia como una quimera. Defenderla de Tania y de sus ocurrencias. «No me parece incompatible», escribes, «que mientras se prueba la inocencia del supuesto maltratador, se proteja al menor». Pero la inocencia no se prueba, ¿sabes? Si acaso cuando anochezca pido prestados versos, ritmos de arcilla y vino, al noble Benedetti. A ver si así lo entiendes, Tania, a ver si así te aclaras.
Defender la inocencia del miedo y del silencio, de la ajada podemia y de los carcamales, de las ocurrencias leves y las definitivas. Defender la inocencia como si fueras Atticus, de las cazas de brujas y de las ordalías, de los pocos neutrales y los muchos censores, de los graves diagnósticos y de las escopetas. Defender la inocencia como un estandarte. Defenderla del odio y la palabrería, de los males endémicos y de los tertulianos.
Defender la inocencia como un pan decisivo. Defender la inocencia pero nunca probarla. Defender la inocencia como una llamarada, como un salvoconducto, Fort Apache ilustrado. Defenderla del llanto y del yo sí te creo, sister, de las corazonadas, los sesgos, los prejuicios, de las burdas pancartas y de los demagogos, de los socios del llanto, de los sentimentales, y de los asesinos.
Defender la inocencia del poder y también, también, de la nueva política. También de sus heraldos. También de los arcángeles. También de los santos y sus buenos deseos. Defender la inocencia y luego, si acaso, susurrar muy despacio el artículo 24 (apartado 2). Defender la inocencia y luego, si eso, te lo llevas a casa y lo relees tranquila. Porque todos tienen derecho, Tania, al juez ordinario, a la defensa y a la asistencia de letrado, a ser informados de la acusación, a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías. Porque todos tienen derecho, flipa, Tania, flipa, a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, y a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables... y a la presunción de inocencia.
Madre mía, Tania, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, dando por saco de 1789 en adelante.
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