Opinión
En la muerte de René Robert
Hay otras noticias del día, pero en todas se me aparece René Robert muerto en París con su hipotermia, su coreografía de clochard esquivado por gentes que pasan, un fenomenal retrato de una civilización sin puntilla.
G. K. Chesterton encontró una niña pelirroja en un suburbio inglés tan “apestoso y sofocante” y tan infestado de piojos, que las autoridades habían decidido rapar el pelo a todos los niños pobres que allí vivían. En ‘Lo que está mal en el mundo’ Chesterton escribió uno de sus mejores párrafos en el que defendía que: “Con el pelo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. A su alrededor, los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos caerán, pero no habrá de dañar un solo pelo de su cabeza”.
Hay escenas y sucesos a las que habría que supeditar todo lo demás. Al fotógrafo René Robert -que retrató el mundo del flamenco- lo han encontrado muerto por hipotermia cerca de la plaza de La République de París. Al parecer, salió a pasear, se desvaneció, quedó tendido en el suelo y durante nueva horas nadie se paró a preocuparse por él. Se podría haber salvado si alguien hubiera llamado a una ambulancia o a la policía, pero no sucedió. Sus amigos sostienen que murió por indiferencia.
En defensa de los paseantes, cuentan que podrían haberlo confundido con un mendigo, como si el hecho de que fuera un mendigo justificara el abandono al que fue sometido. En realidad, todos los muertos son mendigos, desposeídos de sí mismos en el momento crucial, privados de todas las cosas hasta del aliento, hasta de los últimos calores, orillados por la vida mientras, en ese preciso momento, una chica cruza la calle peinadas a lo garçon y el mundo gira, y sigue girando.
Hay otras noticias del día, pero en todas se me aparece René Robert muerto en París con su hipotermia, su coreografía de ‘clochard’ esquivado por los pasos de gentes que vuelven a casa después de cenar en su restaurante favorito, fenomenal retrato de una civilización sin puntilla. Y entonces, todas las otras cosas quedan en cuestión: el sonido del vino que sale de la botella, las risas de los de la mesa del fondo, las parejas de enamorados cuando eligen el nombre de su primer hijo, el llanto del niño que nace. La esperanza adquiere hoy un sentido distinto, un brillo apagado; un hombre pasó nueve horas tirado en una calle de París y nadie se paró a socorrerlo.
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