Guerra en Ucrania
Quirófanos y peluches
Europa, quimera indescifrable, era saber que alguien te espera y saber que si lo necesitas, alguien va a venir a buscarte.
Cuaderno de viaje, segunda jornada camino de la frontera con Ucrania: Madrid, Bruselas, Berlín. Ya hemos pasado Dusseldorf con sus chimeneas; estamos a menos de una jornada de Lublin cargados de agujas hipodérmicas, guantes de látex y bolsas de suero. Atardece sobre un cielo profundo y altísimo. Ya se han echado a dormir los camioneros en las cunetas dentro de su su crisálida con ruedas, quién sabe con qué soñarán. Cuando uno lleva conduciendo catorce horas, sucede como cuando ha vivido setenta años: lo mismo le dan ocho que ochenta. Ayer parece hace años y hace años, ayer. La distancia y el tiempo componen una melodía indescifrable. Seis horas parecen media y de pronto, diez minutos no pasan nunca. La única escala fiable del paso del tiempo en esta carretera interminable es que cada vez que paramos a repostar, la gasolina es más cara. A dos euros con cuarenta el litro, entran ganas de ponerse una corbata para llenar el depósito.
Hoy ha hecho buen tiempo hoy en soles y azules-bandera de Ucrania. A 150 kilómetros de Berlín, alguien ha pintado un puente a brochazos de azul y amarillo. Ahora vengan a contarnos lo del cuento de que las banderas no son nada. Por las radios de los coches dan la noticia de que Putin ha bombardeado el hospital infantil de Mariupol y la cruz roja busca a los niños entre los escombros. Por el asfalto acelera un curioso escuadrón de rescate, camiones con generadores, quirófanos, agujas, chalecos antibalas y peluches de Mickey. Al whatsapp escribe este y el otro y el otro y el de más allá y van a reventar el Bizum. No sé en qué estábamos antes, pero sé que estamos aquí y ahora, a veces con eso es suficiente. Europa, quimera indescifrable, era saber que alguien te espera y saber que si lo necesitas, alguien va a venir a buscarte. Teníamos miedo de despertar a Putin, a ver si es que Putin nos ha despertado a nosotros.
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