Guerra en Ucrania

Peluches de racimo

La diferencia es que a los niños de Ucrania, Putin les da plomo y Europa, muñecos

Escoltan la puerta de Europa dos soldados con dos peluches en la mano. En la frontera entre Polonia y Ucrania junto a las barreras del «checkpoint» de Dorohusk, Kubat porta un muñeco azul y Victor, un pez amarillo, probablemente un personaje de la película Nemo para ofrecérselo a los críos que cruzan con sus madres. Les darán cobijo, biberones, pañales y transporte en el coche de algún voluntario, pero lo primero que reciben de Polonia es un peluche.

Los militares son de esos chavalotes uniformados de los que uno puede dudar si ya se afeitan. Son los jóvenes que aparecen en las imágenes de la guerra de Ucrania y la gente cuando los ve por la tele se extraña de lo niños que parecen. Victor y Kubat (en la imagen) son dos pibes de sábado por la tarde en centro comercial, casi de mochila y patinete a la salida del cole, de grano, de selfie y de tardar una hora en peinarse encerrado en el cuarto de baño antes de la primera cita con la primera novia. Son dos soldados niños, firmes, decididos a lo que haga falta, y lo que hace falta es dar peluches a los niños.

Se calcula que ya son un millón, la mitad de los que han llegado. Los organismos oficiales calculan que han cruzado dos millones de personas, creen que llegarán a cinco y algunos piensan que podrían ser ocho.

Las batallas se pueden seguir por el rastro de la sangre y los efectos de la guerra, por el reguero de peluches, de anoraks y de zapatitos. Peluches en cajas, en montones de peluches de los que salen más peluches como peluches de racimo, bolsas de plástico llenas de peluches desordenados, por todas partes peluches. La frontera con Ucrania es una enorme juguetería gracias a que en España, en Alemania y en Portugal los niños llevaron sus ositos a los puestos de recogida de material para la guerra.

Los mayores mandan bolsas de sangre, chalecos antibalas y misiles antitanque y los niños, unicornios de colores. «Parece un gesto menor que no tiene importancia, pero cuando toman entre sus manos un juguete, su actitud cambia, como si volvieran de alguna manera a la normalidad de su habitación», relata Maksymilian Fojtuk, coordinador de ayuda humanitaria de Polonia en el paso de Dorohusk. «Los menores llegan aterrorizados». Mientras lo explica, junto a él pasan vehículos sobre los que alguien ha pintado la palabra «Niños» en la esperanza de que no los ametrallen mientras huyen entre pueblos reducidos a escombros y maternidades bombardeadas.

Las fronteras toman a veces un sentido definitivo. A ese lado queda el batallón Wagner de mercenarios rusos y a este, las cajas de peluches. A los niños de Ucrania, Putin les da plomo; Europa les regala muñecos.