Religion

Día de Corpus Christi

La comunión «encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia

La Iglesia entera en todos los rincones de la tierra, celebra con júbilo la solemnidad del «Cuerpo y de la Sangre de Cristo». Fiesta de fe, por encima de todo; celebración del «misterio de la fe», centro en el que confluye toda la Iglesia. Que nada distraiga a los cristianos de lo que es sustancial en esta fiesta: proclamación de fe en la presencia real del Cuerpo de Cristo, Amor de los amores entregado por nosotros, inagotable fuente de amor de la que brota la caridad de los cristianos que cumplen el mandamiento nuevo de Jesucristo –«amaos unos a otros como yo os he amado»–; fiesta de adoración al Señor.

El esplendor del Corpus ha de ser el esplendor y el brillo de la caridad y del amor fraterno, la entrega y el servicio, la solidaridad con los pobres y afligidos. Las obras de caridad son exigencia misma del Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor que ha de llevar a compartir el pan eucarístico y el pan de cada día que Dios ha puesto en la mesa de los hombres. No se puede ensombrecer la celebración del Corpus con el egoísmo, encerrándonos en nuestra propia carne, rompiendo la comunión y la paz, destruyendo la unidad, pasando de largo del hombre despojado y marginado en la orilla del camino.

Participar en el misterio eucarístico es e implica entrar en comunión con Cristo. Es sacramento de comunión que hace la Iglesia, «sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). La comunión «encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf Rm 5,5), para hacer de todos nosotros “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32)» (NMI 42), por la misma «fracción del pan» o Eucaristía. «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo» (NMI 43). Esto exige centrar la vida de la Iglesia y de cada uno de los creyentes y de las comunidades en la Eucaristía, fuente de comunión.

No podemos recibir el Cuerpo de Cristo y sentirnos alejados de los que sienten conculcada su dignidad, de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, inmigrantes, están encarcelados o se encuentran enfermos, están amenazados en su vida –aunque sea no nacida, o aunque sea terminal y ya con baja calidad según criterios al uso, o sea objeto de la violencia terrorista dispuesta siempre a matar y a dañar–. Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregado por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más necesitados, en los más pobres, sus hermanos.

Celebrar la presencia real de Cristo vivo en la Eucaristía implica descubrir su rostro en el rostro de los pobres con los que Él se identifica explícitamente en el capítulo 25 del evangelio de San Mateo. Como nos recordó el Papa San Juan Pablo II en su carta «Al comenzar el nuevo Milenio», «esta página –el capítulo 25 de san Mateo–, no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia» (NMI 49).

La caridad es el gran signo de la verdad del Evangelio, lo que muestra la verdad de la fe en los cristianos. Sin esta señal, el Evangelio corre el riesgo de no ser comprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que estamos sometidos cada día. La caridad es principio vital de la Iglesia. Como dijo San Juan Pablo II, «las palabras del Señor a este respecto son demasiado precisas como para minimizar su alcance, muchas cosas serán necesarias para el camino histórico de la Iglesia en este nuevo siglo; pero si faltara la caridad todo sería inútil» (NMI 42). La caridad brota del Misterio Eucarístico. Si falta ésta, falta todo en la Iglesia. De ahí la importancia de lo que celebramos en el «Día de Corpus». Celebrémoslo como corresponde, esto es: viviendo la caridad que del Cuerpo de Cristo brota y genera verdadera comunidad en la que, como en los primeros tempos, «todo lo tenían en común» (He 2, 42). De la Eucaristía brota la comunidad cristiana, la Eucaristía hace la comunidad. Hace a la Iglesia.

Adoración eucarística, vida de caridad señal de los cristianos: inseparables. La adoración para la renovación de la Iglesia que se expresa en la caridad y la evangelización: todo parte de la eucaristía, del sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo y a Él tiende.

Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia.