Incendios

El comentarista en jefe

Las visitas de Sánchez a los fuegos de Extremadura, Galicia y Aragón han resultado decepcionantes e incluso frívolas, porque han demostrado que no se toma en serio graves emergencias

Que hayan ardido 200.000 hectáreas en toda España en lo que va de año es la peor noticia del verano. Hablamos de una pandemia de fuego que provoca pérdida de vidas humanas, que destruye un valioso patrimonio y que causa un daño ambiental que obligará a actuaciones inmediatas, también para ayudar a todos los afectados, que son muchos de forma directa, y lo somos todos de manera indirecta. Una situación catastrófica en la que estamos comprobando la valiosa función social, la entrega personal y el enorme sentido de la responsabilidad de los cuerpos de bomberos, brigadas forestales, voluntarios de protección civil, Cruz Roja y agentes forestales de todas y cada una de las administraciones territoriales de España, así como de los integrantes de la Unidad Militar de Emergencias. Un personal que ya demostró con creces su valía durante los peores momentos de la pandemia, también con ocasión de la borrasca Filomena y que lo hace de manera habitual y recurrente en las campañas anti incendios, frente a las inundaciones y siempre que se les requiere para proteger la vida y devolver a los ciudadanos la tranquilidad y el bienestar que les arrebata cualquier tipo de emergencia.

Son profesionales que merecen el aplauso unánime y prolongado de todos los españoles, cuya ejemplaridad contrasta con el papelón que ha desarrollado durante toda esta semana el presidente del Gobierno, que se ha negado a asumir la coordinación de los incendios forestales, a través de la activación del nivel 3 del plan de Protección Civil que está vigente desde 2014, y que ha desistido de activar los mecanismos cooperativos de la Unión Europea, de los que somos partícipes solidarios cuando nuestras condiciones son mejores que las de otros miembros. Ha renunciado, en definitiva, a tomar decisiones y buscar soluciones, que es para lo que le pagamos, porque él prefiere erigirse en el comentarista en jefe de la nación. Cosa que ha hecho arrimando el ascua, nunca mejor dicho, a su sardina ideológica. Porque, aunque nadie niega que el cambio climático sea un gran problema, puede resultar un debate estéril cuando lo que hay que hacer es apagar los incendios.

Las visitas de Sánchez a los fuegos de Extremadura, Galicia y Aragón han resultado decepcionantes e incluso frívolas, porque han demostrado que no se toma en serio graves emergencias y que las ve como una oportunidad para sostener los debates que le interesan desde el punto de vista puramente partidista. Hablamos de jornadas nada ecológicas, en las que el presidente utilizó un avión y un helicóptero oficiales que despegaron hasta 24 veces. Una escenografía paradójica, que contrasta con el mensaje lanzado, y más todavía con la existencia de fallecidos por los incendios en esas mismas fechas, pero que, además, obvia, si es que las causas interesan más que poner fin al problema, la existencia de incendiarios a los que hay que perseguir con todos los recursos del Estado, el problema del abandono de usos tradicionales de los montes o la tragedia que supone la despoblación del mundo rural, que está asociada al invierno demográfico que vivimos.

Sánchez, sin embargo, prefiere la perversión retórica dirigida a solo una parte de los ciudadanos, tapando la inacción que perjudica a todos, y demostrando que el único incendio que en verdad le interesa es el que los resultados electorales adversos, y no sabemos qué otras cosas, están provocando en su propio partido. Un asunto en el que sí que actúa, pero del que el presidente que siempre equivoca las prioridades, paradójicamente, apenas comenta nada. Afortunadamente ya queda poco, el tic tac es imparable.