Gabriel Boric
Qué cosas pasan, Boric traiciona a los indios
Por el rebelde Llaitul corre sangre mapuche, y eso son palabras mayores
Mientras el presidente de Chile, el izquierdista radical Gabriel Boric, hacía el tránsito del moisés a la cuna y, supongo, de la teta al biberón, Héctor Llaitul, indio mapuche asimilado, ya militaba en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el mismo grupo surgido del Partido Comunista chileno que, con ayuda cubana, intentó asesinar a Pinochet al principio de la dictadura –y casi lo consigue– y al que sus camaradas del Comité Central, reconvertidos al posibilismo, traicionaron. A Llaitul, el final de la dictadura le pilló joven, con 23 años, edad en la que algunos no asimilan muy bien el coitus interruptus revolucionario. Así que se buscó otra causa y, naturalmente, la encontró en ese nuevo indigenismo de la izquierda latinoamericana, pero con la ventaja de que por sus venas corría verdadera sangre india, mapuche huilliche, y eso son palabras mayores.
Pronto, los españoles comprendieron que esas gentes de la Araucanía no se iban a doblegar sin dar pelea. A Pedro de Valdivia, el primer gobernador del territorio, lo desmochó el cacique Lautaro en 1553 y con su cráneo se hizo una copa para beber chicha. En 1598, los lonkos (jefes) dirigidos por Pelautaro montaron una sublevación a gran escala, recuperaron el territorio perdido al sur del Bio Bio, y la cabeza de Martín Oñez de Loyola acabó como la de Valdivia, de jarra de chicha. En 1608, por cierto, nos devolvieron los cráneos como muestra de confianza en el nuevo tratado. Menos la isla de Chiloé, reconquistada a los holandeses del pirata más cobarde que vieron esas aguas, Baltazar de Cordes, todo el territorio al sur del Bio Bio quedó en manos indias. Al principio, no todo fue idílico, pues el mestizo Alejandro de Vivar estuvo cinco años arrasando la frontera. Como tenía afición a las mujeres españolas, cautivas, claro, sus propias esposas le asesinaron mientras dormía y las cosas se calmaron.
Un siglo y medio después, llegó la guerra civil, en la que los mapuches se pusieron mayoritariamente del lado de los realistas frente a los rebeldes criollos, de los que no esperaban nada bueno. Y así fue. Convertidos en «salvajes y brutos» por la propaganda de próceres chilenos, hoy con estatuas, como Benjamín Vicuña, que había conocido de primera mano las guerras del exterminio indio de Estados Unidos, los mapuches fueron arrasados con los nuevos fusiles de repetición y las ametralladoras, perdieron sus tierras a manos de colonos y de las grandes empresas mineras y madereras anglosajonas, y parecía que se encaminaban hacia el ocaso. No más toldos, sisear de boleadoras y tremolar de ponchos.
Pero no. Están de nuevo en pie, reclamando sus tierras y con gentes como Héctor Llaitul, de la Coordinadora Arauco Malleco, con pocos remilgos a la hora de apalear granjeros criollos, enfrentarse a tiros a los carabineros, incendiar fincas, robar a las madereras o quemar los bosques. Llaitul, por supuesto, ha estado en la cárcel casi una década y arriesgaba una larguísima condena. Pero encontró un apoyo eficaz entre algunos grupos de la izquierda chilena, de los que surgió el movimiento que llevó a Gabriel Boric democráticamente al poder, y, eludió la cárcel. Hasta ahora. Porque Boric lo ha metido entre rejas, reactivando una querella del gobierno derechista anterior. Y en el lío ha caído su ministra de Desarrollo Social, Jeanette Vega. La muy ingenua creía que conquistar el poder no cambiaba a las personas.
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