Economía

¡Es la economía, estúpido!

Los españoles votarán de acuerdo con el estado de sus bolsillos. No es lo mismo tenerlos llenos que tenerlos rotos

Este fue el eslogan que llevó en 1992 a Bill Clinton a la Casa Blanca: «¡Es la economía, estúpido!». El autor de la ocurrencia fue su asesor James Carville. Y la víctima, George Bush. Clinton tocó el bolsillo de los americanos y le dio resultado. El interés por la información económica creció aquellos años considerablemente, también en España, donde empezó a proliferar el color salmón en los quioscos. Recuerdo una historia divertida, que viví de cerca. En los Cursos de Verano del Escorial, un grupo de poetas y escritores, con Paco Umbral y Claudio Rodríguez a la cabeza, propusieron en serio prender una noche una hoguera con la prensa económica en la terraza del hotel Felipe II, donde se celebraban los cursos. El acto de protesta se haría bajo el eslogan: «¡Menos economía y más poesía!». Puede que el espectáculo, que no llegó a consumarse porque no acudió la televisión, tuviera inspiración etílica.

El caso es que desde entonces, la economía lo domina todo. Basta echar un vistazo a los periódicos o haber seguido el reciente debate en el Senado entre Sánchez y Feijóo. Los españoles votarán de acuerdo con el estado de sus bolsillos. No es lo mismo tenerlos llenos que tenerlos rotos. Así que no se habla ni casi se escribe de otra cosa. La prensa se llena de siglas dinerarias desde la portada: PIB, IPC, IBEX, PGE, AIREF, FMI… Y la atención está puesta en los presupuestos, el mercado, el déficit, los precios, los salarios, los impuestos, la bolsa de la compra, la subida de las pensiones, la deuda, los fondos de cohesión y las balanzas, sobre todo las balanzas. La verdad, resulta un poco aburrido, pero es lo que hay. ¡Es la economía, estúpido!

A uno le conforta encontrarse con unas declaraciones, de hace unos años, del admirable cineasta y escritor lituano Jonas Mekas, –se cumple ahora el centenario de su nacimiento–, que contradicen esa tendencia general. «La economía –dice– lo ha enterrado todo. Pero el pan y el trabajo no lo son todo en la vida. No soy un hombre religioso, pero creo en la espiritualidad del hombre, en esa cualidad sutil, misteriosa y profunda (…) Don Quijote es un idealista, un soñador extremo, y eso es algo que necesitan todas las épocas. Aunque fracasen, lo que necesitamos son soñadores». Él se dedicó al final de su vida a construir una biblioteca en Nueva York. Y, desde luego, nadie en su sano juicio puede considerar estúpido al gran Mekas. Ante la tentación diabólica, sigue siendo válida la respuesta: ¡No sólo de pan vive el hombre!