El canto del cuco

Abuso de la palabra

Es verdad que al Parlamento se va a hablar. Pero nunca está de más la mesura y el respeto al adversario.

«Callar es bueno», dice Azaña en sus «Diarios». Pedro Sánchez no ha tomado nota de eso. Está demasiado envalentonado y creído para ello. En plena función de la moción de censura, un reconocido ministro de UCD me mandó un mensaje al móvil con el siguiente texto: «¡Qué pelma Sánchez!». Me parece que muchos españoles sensatos pensaron lo mismo. Como ha escrito Borges, hablar es incurrir en tautologías. En este caso, la perorata sanchista de una hora y cuarenta minutos no sólo inquietó a Ramón Tamames sino a media España. Con tanto abuso de la palabra era imposible no caer en tautologías y provocar un aburrimiento general. A veces, también en política, la mejor música es el silencio. Lo sabe muy bien el gallego Feijóo. Me parece que esta vez su silencio es oro.

Es verdad que al Parlamento se va a hablar. Pero nunca está de más la mesura y el respeto al adversario. Por ejemplo, hablar mal de los ausentes siempre se ha considerado una afrenta entre las personas honorables. Llevarlo como consigna principal resulta repugnante. Sánchez es un buen parlamentario, aunque sea un mal presidente del Gobierno. Posee soltura y una notable capacidad dialéctica, lo que no le impide apoyarse demasiado en tochos de papeles preparados por los funcionarios y asesores de turno. Le pierde su actitud de personaje sobrado, que se considera el más guapo del barrio, el más viajado y el más preparado de la reunión. Ese aire navajero, que exhibe contra la oposición, venga o no a cuento, esa falta de decoro a la hora de exhibir sus éxitos, esa descarada habilidad para falsificar la realidad en provecho propio, ese tono martilleante, egocéntrico, ese estudiado juego de manos …, toda su oratoria de gobernante creído y autosatisfecho se convierte en sospechosa e irritante.

A los suyos les entusiasma; a los demás les fastidia. Es el presidente del Gobierno más detestado por la gente de la calle. Carece de credibilidad. Sus contradicciones son manifiestas. Como escribió Pascal, «la aversión a la verdad es inseparable del amor propio». Eso no le falta. Cuanto más habla, más apoyos pierde. No le favorece el exceso de exposición pública, su arrogancia, el abuso de la palabra, que provoca división y enfrentamiento en el Parlamento. Esa perversión tiene un coste. Lo comprobaremos pronto, cuando pongan las urnas. «Como te conozco, Sancho, –respondió don Quijote– no hago caso de tus palabras». No es difícil aplicar el cuento con una leve trasposición –Sánchez por Sancho y el viejo Tamames haciendo de Quijote–: «Como te conozco, Sánchez, no hago caso de tus palabras».