Tribuna
El agitador
Tamames, a diferencia de los pusilánimes y de los acomodaticios, habla siempre alto y claro. Es un hacedor de música, un pertinaz soñador de sueños, llamado a tratar de construir siempre algo mejor
Hace sesenta y siete años, la Complutense acogía un grupo de estudiantes, jóvenes licenciados y algún personaje de mayor recorrido, decididos a luchar por una Universidad libre. Provenían de diversas ideologías, entre ellas, distintas tendencias socialistas, cristianos progresistas, liberales …; incluso del propio régimen franquista. Tras los incidentes del 9 de febrero fueron detenidos los más destacados: Miguel Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, Ramón Tamames, Enrique Mújica, Javier Pradera, José María Ruiz Gallardón y Gabriel Elorriaga Fernández. En los días inmediatamente posteriores se incrementó la nómina de viajeros a Carabanchel, vía Dirección General de Seguridad. Años más tarde, en 1969, Franco en carta a don Juan, los calificaría de «jaraneros y alborotadores».
Alguno desde dentro y otros por diferentes caminos, extramuros del franquismo, continuaron en el esfuerzo por conquistar la democracia y la libertad. A lo largo de los años, más de uno hizo de su nombre propio, referencia común en ese empeño. El más conocido, sin duda, acabaría siendo Ramón. Para millones de españoles Ramón, sin más señas, fue y es Ramón Tamames.
El mismo relieve que el nombre alcanzaría por otros derroteros el apellido. Para varias generaciones de estudiantes y estudiosos de la economía, la Estructura económica de España pasó a ser «el Tamames». Ramón el político y Tamames el universitario, el maestro de muchos y aprendiz constante, por su enorme curiosidad intelectual y capacidad de trabajo, conforman una personalidad excepcional. Tal vez para ubicar mejor su propia biografía política y la realidad socioeconómica vivida, se ha dedicado también, especialmente en los últimos años, al estudio de la Historia de España. Un trabajo digno de reconocimiento, hecho con esfuerzo y entrega poco comunes.
En estas calendas de invierno, que febrero disfraza a ratos de apuntes primaverales, anda la política española un tanto agitada. Lo normal, diríamos, y más en un año plurielectoral. Sí, pero especialmente movida por un factor extraordinario y, por tanto, inesperado. La cosa empezó hace unas semanas y sus efectos se van ampliando al paso de los días. Políticos, periodistas, amigos, algunos enemigos, … casi todo el mundo opina sobre una moción de censura que encabezaría Ramón Tamames. El mero anuncio de que Ramón, el alborotador y jaranero; el ex dirigente del PCE; el enemigo de los dogmas y las dictaduras; el diputado constituyente; el teniente alcalde de Madrid con mando en plaza en asuntos importantes; el miembro del CDS, … Tamames el profesor, el luchador permanente dispuesto a la batalla por España, la democracia, la Constitución, la libertad y todo lo que esto significa, se comprende que preocupe al presidente del gobierno y al jefe de la oposición. Pero los efectos que a ellos les produzca se deberán a su propia responsabilidad.
Hablará Ramón, si definitivamente se presenta la oportunidad, de una España sostenible, que demanda un proyecto ilusionante para encarar el futuro. Pedirá en el Congreso, nada menos que la regeneración democrática y la superación del sectarismo y mayor eficacia y eficiencia en la Administración; algo que, desde otros ámbitos, exige buena parte de la sociedad española, sobre todo aquella que no vive de la democracia corrupta que padecemos. Seguramente, ante el eficacísimo control con el que se maneja nuestra democracia, sus mandarines esperan que, como casi siempre, esto concluya de modo lampedusiano. Se engañan. Acaso los resultados de la votación de la moción de censura parezcan reflejarlo. Pero esas cifras de votos corresponderán exactamente a las instrucciones de los líderes de cada partido. No al eco que su intervención pueda provocar en la sociedad. Tamames, candidato de sí mismo y de una idea de España que, aparte de los firmantes de su candidatura, apoyarían, por decencia, no pocos de los diputados presentes, tengo la esperanza de que, al menos, habrá logrado despertar en muchos españoles la conciencia cívica, que la democracia exige.
Ramón, a diferencia de los pusilánimes y de los acomodaticios, habla siempre alto y claro. Es un hacedor de música, un pertinaz soñador de sueños, llamado a tratar de construir siempre algo mejor. Es la forma de vida en la que ha querido y quiere existirse, a la puerta de los noventa y ojalá por otros muchos más.
España es un país de espejo, utilizado como instrumento anamórfico. Los españoles no solemos mirarnos bien, en nuestra realidad, y proyectamos una imagen deformada de nosotros mismos; tal vez por desconocimiento, cuando no retorcimiento de nuestra historia que sería el espejo por antonomasia. Así, o nos complacemos excesivamente en nuestra contemplación o, las más de las veces, rechazamos nuestra autopercepción. Intentamos mudar entonces, con demasiada frecuencia, la propia imagen, pero no el objeto que la produce, sin aplicarnos la advertencia de Quevedo cuando escribía: «Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué». La democracia necesita el espejo de la Historia, sin Torquemadas que nos obliguen a aceptar el pensamiento único.
✕
Accede a tu cuenta para comentar