
Opinión
And Just Like Trash
En realidad And Just Like That es una serie triste y nada feminista. ¿Eso es lo que nos depara la vida a las solteras, en el mejor de los casos?
Hay series que no deberían volver. No así: resucitadas con torpeza, sin alma, convertidas en souvenirs hormonados de sí mismas. And Just Like That no es la continuación de Sexo en Nueva York, es su parodia institucional. Un proyecto decolonial con Botox, empotrado a la fuerza en el algoritmo de los nuevos tiempos. Un monumento a la culpa, a la corrección, al empobrecimiento del ingenio. Una falsificación tan bien financiada como mal escrita.
Las que éramos fans no lo éramos por el vestuario ni por los cócteles, bueno... Sobre todo lo éramos por el descaro, por la conversación inteligente entre amigas, por Samantha. Por los polvos malísimos. Por los buenos también. Por las contradicciones que no necesitaban un discurso universitario para justificarse. Por el narcisismo bendito, el egoísmo hermoso de quien quiere vivir a su ritmo. Porque nos superaba en todos los aspectos, y nos enseñaba latín, además de matarnos de risa.
Y entonces llega esto. Una serie que borra el pasado a cambio de quedar bien con el presente. Carrie ya no escribe sobre sexo. Tiene una novela floja sobre la muerte de Big —el cual, por cierto, muere en el primer episodio para dejar espacio al museo de personajes secundarios que nadie jamás pidió ni comprendió— y otra sobre una anciana decimonónica y depresiva.... Carrie ahora camina por Manhattan disfrazada de criatura interplanetaria: una pastora erótica, una drag cándida, una especie de homenaje textil a la esquizofrenia. Parece una señora decepcionada con demasiado presupuesto y pocas inquietudes. Lo que es, en lo que la han convertido. ¿Los años? En realidad And Just Like That es una serie triste y nada feminista. ¿Eso es lo que nos depara la vida a las solteras, en el mejor de los casos? El problema no es envejecer. Es no tener nada que contar desde ahí.
Miranda es otro esperpento. La despliegan como una abuelita progresista con pulsiones adolescentes. Su pareja no tiene una línea de diálogo creíble. Su hijo no tiene sentido. Su historia no pesa. Steve, ese hombre imperfecto pero adorable, queda abandonado en una cocina, como un trapo que huele bien pero ya no sirve.
Charlotte y Harry han sido lanzados al territorio de la sitcom, donde todo se grita, se sobreactúa y se remata con una frase vacía y vergonzante, como las que uno podría imaginar en los animadores de crucero de Pullmantur o yoqueséquedicen estos pobres pijos de Manhattan lobotomizados... Son feos, están confundidos, y se comportan como si fueran los tíos pesados de una boda millennial. Lo que antes era un retrato con matices de la maternidad, ahora es un sketch malo sobre los privilegios y la falta de identidad.
Aidan vuelve irreconocible. Su historia no se sostiene ni desde la mística ni desde la lógica. Como todos los hombres que pasan por este engendro infernal, una interpretación muy decadente y lastimera de las nuevas masculinidades muy pero que muy mal entendidas.
Samantha no está, y su ausencia se nota más que la presencia de todas las demás juntas. Samantha no está, y la impertinencia, la fantasía y el humor se han marchado con ella.
Quizá lo más molesto: los personajes nuevos, una avalancha de cuota sin fondo. No hay uno solo que emocione, que perturbe, que nos importe. Es como si el guion se hubiera redactado en un comité de diversidad con miedo a ofender a nadie, y en ese afán hubieran vaciado todo: el conflicto, el deseo, la tensión narrativa. El resultado es una sucesión de escenas sin alma, de conversaciones burocráticas sobre cosas importantes dichas con tono de anuncio institucional. No hay chispa. No hay vértigo.
La serie original fascinó porque se saltaba los clichés morales (y estéticos). Jamás se había visto en una serie comercial diálogos explícitos acerca de los pros y contras del sexo anal, de orinar en la cara de tu compañero o de lo mal que sabe besar a quien te acaba de… Desgraciadamente, la vuelta de Bradshaw no ha sabido mantener ese espíritu, y la narración ha pasado de políticamente incorrecta a venderse al pensamiento reinante de manera fría, calculadora y, lo peor, aburrida, por su falta de verosimilitud. ¿Hay tantísima diversidad sexual y racial en cada comunidad?
En este “Sexo en Nueva York Senior” hacen algo que en teoría es positivo: visibilizar las relaciones íntimas entre personas mayores. Masturbación, sexting, gemidos, lubricantes… pero en la práctica tienen como resultado escenas grotescas. Recuerdo una especialmente infame: Big, echándose vaselina en la picha en una escena onanista, exhibicionista… ascazo. Quise que muriera. Y murió. ¡Que sí! Placer a cualquier edad, glups… También nos tenemos que deconstruir en esto.
And Just Like That se entrega a los distintos estamentos de poder del siglo XXI y ofrece un guirigay de inclusividad cursi e impostada donde las bromas, no demasiado inteligentes, marean, aunque menos que los estilismos.
Vuelvo a lo de la moda porque es directamente imperdonable. Antes era excesiva, sí, pero tenía lógica interna. Carrie podía ir vestida como un cupcake erótico porque el personaje lo justificaba. Ahora los looks no responden a la trama, ni al clima, ni a la época, ni al cuerpo que los lleva. Son artefactos. Conceptos. Fantasmas de revistas muertas. Ninguna mujer se pone eso para salir a la calle, ni siquiera en Nueva York. Y las que lo hacen, no se visten así cinco días seguidos.
Este revival tenía todo para ser una gran serie sobre la madurez. Sobre la amistad a los 60. Sobre el deseo que persiste. Sobre el cuerpo que cambia. Pero han elegido convertirlo en una lección moral, en un manual de convivencia zzzzzzzz. And Just Like That es una misa. Un PowerPoint mal estilizado sobre lo que debería ser una mujer correcta en el siglo XXI. Lo que el buenismo se llevó.
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