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Choca la mano a Zidane y a Mayoral abraza Benzema, junto al banquillo. Cada gesto y su porqué. Con el entrenador, porque es valedor y confesor. Con el compañero que jugaría en su posición, porque le deseó suerte o predijo el fin de una racha horrible. Karim, lejos de la presión del Bernabéu, de las protestas, de los silbidos, de la incomprensión popular que más de un partido se ha ganado a pulso, reverdeció en Nicosia, donde hace un lustro acertó dos veces en la diana. Puede que este estadio, el GSP, le oriente de nuevo, como si fuera un navegador (GPS), y recupere el olfato, el tino y el tacto definitivamente. El madridista lo perdona todo, o casi todo, menos la indolencia, la falta de carácter y la genuflexión. Con esa camiseta nadie se rinde, ni siquiera al destino.

Modric señaló el camino con una volea que Nauzet, el portero español del APOEL, olió demasiado tarde. Hasta ese instante, los anfitriones funcionaban con más fundamento que los visitantes. Desesperaba el Madrid con las continuas entregas al contrario de Asensio, de Marcelo, Carvajal, Kroos, Lucas y también Casilla. Hasta que el primero de Benzema, el 0-2, desmoronó a los chipriotas, rendidos a la evidencia con el 0-3 de Nacho; hundidos cuando Cristiano regaló el 0-4 a Karim (doblete como en 2012) y, ya en el segundo tiempo, ausentes con los dos que firmó el portugués.

Con los goles llegó la dicha, propiciada por la manifiesta superioridad del campeón de Europa, aunque jugaba sin Isco ni Casemiro. La salsa de la Champions le sienta bien, mejor que la de la Liga.

En el Sánchez Pizjuán, regaló el Sevilla tres goles al Liverpool en la primera mitad y apretó en la segunda para corregir el desvarío. Alcanzó el tanto purificador, el del empate, en el minuto 93. Con fundamento borró del mapa a los «Reds» y la sonrisa a Jürgen Klopp, sorprendido por la garra sevillista.