Cástor Díaz Barrado

Mar de fondo

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Lo sucedido con el «Open Arms» es la expresión más evidente de la inexistencia de verdaderas políticas migratorias. La tragedia de quienes tienen que emigrar de su país afecta a los sentimientos esenciales de humanidad. Pero ni los Estados miembros ni la UE tienen posiciones comunes en esta materia y, por ello, será sumamente difícil hacer prevalecer los valores y principios en los que se fundamenta la Unión.

Habrá que combinar realidades que, en muchas ocasiones, aparecen enfrentadas. Es imprescindible combatir las mafias, puesto que constituye un imperativo sustancial de cualquier política migratoria pero también corresponde la defensa de los derechos humanos. Las medidas que contribuyan al desarrollo económico y social en los países de origen resultan necesarias y urgentes, pero habrá que establecer mecanismos que garanticen la acogida. Los acontecimientos desde que el «Open Armas» rescató a un nutrido grupo de migrantes hasta que han podido desembarcar en Lampedusa está adornado de todos los componentes de un despropósito. En general, ha primado la improvisación, el desorden y los intereses políticos de los países y organizaciones implicados.

En todo caso, este asunto podría servir para ahondar en un buen diseño de políticas migratorias coherentes que cumpliesen los legítimos objetivos de las partes. Pero nunca se debería perder de vista que quienes migran hacia Europa son seres humanos y que, por lo tanto, debe primar el respeto de sus derechos. La realidad de la migración es dramática y desoladora y los Estados de la UE no dan pruebas de estar dispuestos a regularla. Solo una regulación ordenada, asentada en los valores de la Unión y el acuerdo entre sus socios sería capaz de respetar los derechos humanos. El asunto es de gran trascendencia para la convivencia y el devenir de nuestro proyecto de integración.