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Más de un centenar de ginebras, pero muchas más, comercializadas en España. Y una gran variedad de tónicas para mezclar el gintonic, que ha dejado de ser tradicional en su método de elaboración. Hay expertos que cuidan la burbuja como a una escultura y otros que pinchan la chapa, agitan la botella y vierten el líquido en la copa a toda presión, con la efervescencia del Madrid en el mes de agosto. Acelerón para adquirir la mejor condición física posible. Dos Supercopas, la de Europa y la de España, en las vitrinas, y dos victorias para enmarcar sobre el Barcelona. Comienzos siderales, frenéticos; augurios de sextetes apenas colocadas dos piedras del edificio. La burbuja se rompe, el gintonic se convierte en agua y el consumidor exige el libro de reclamaciones. Calma.

El Madrid de Zidane, que manejó con destreza las rotaciones en la temporada anterior y conquistó Champions, Liga y Mundial de Clubes, se ha desinflado y dos derrotas consecutivas más la desventaja de 8 puntos con el Barça cuestionan el trabajo del entrenador. ¿Es para tanto?

Que este Madrid no es ni la sombra del que encandiló en los albores de la temporada es cierto. No es consistente, ni contundente –una falta hizo en los primeros 45 minutos en Wembley–, ni intenso ni veloz ni eficaz. Se nota que le falta gas, que después de un extraordinario pico de forma ha descendido peligrosamente al valle. No tiene fuerza, que no es lo mismo que no tener actitud. Cuando en el minuto 73 Zidane retiró a Isco, éste abandonó el campo exhausto, no indolente. El Madrid carece ahora de la velocidad del Tottenham. Pero ni eso es definitivo ni el equipo, de garrafón.