Apuntes

Don Alberto, mucho ojo al tratar con esta gente

Soberbios se han metido en el jardín del «sí es sí», solitos tendrían que salir

Perdonarán lo poco académico del simil, pero la contrarreforma que propone el Gobierno de la ley del «sí es sí» presenta el mismo problema de las venéreas, que si vuelves a la fuente de la infección, ya puedes tirar de penicilina que no te va a servir de nada. En la dichosa ley, la fuente de la infección se encuentra en la fusión en un solo artículo del Código Penal, el 178, de los abusos sexuales y las agresiones sexuales, lo que ha llevado a una nueva gradación de las penas, con las consecuencias que todos hemos visto. La reforma plantea algún que otro problema de fondo, como el menoscabo de la carga de la prueba en perjuicio, se entiende, del varón, con el consiguiente deterioro de la presunción de inocencia, pero lo fundamental es la depreciación de la violencia como factor determinante a la hora de tipificar el delito. Lo del «consentimiento» no es más que el envoltorio que se quiere bonito de una mercancía averiada. Por supuesto, no todo está mal en la ley y es fácil ponerse de acuerdo en algunos de sus aspectos positivos, como los nuevos agravantes, algunos de los cuales responden juiciosamente a los cambios experimentados por la sociedad, en especial los que se refieren al uso de las nuevas tecnologías. Otros, sin embargo, podrían solventarse adaptando los ya existentes en el propio Código, como los que tipificaban el homicidio, elevándolo al asesinato. De ahí que parezca pertinente preguntarse por el papel que juega el Partido Popular en todo este asunto, pregunta leal, porque la derecha española tiene una cierta tendencia a hacer el canelo. La realidad, en crudo, es que los impulsores de la ley, las ministras de Podemos, se pasaron por el arco de triunfo todas las advertencias de los expertos jurídicos y, ni siquiera hay que decirlo, las opiniones de la oposición, epítome de machistas irredentos. Que el Ejecutivo en pleno aprobó el proyecto legislativo y que la Cortes lo sancionaron por mayoría. Es decir, que en este lío los populares no han tenido otra participación que la de hacer el poco lucido papel de Casandra, como con la ley Trans, que es otro descalzaperros. Parece, pues, que si los chicos que nos gobiernan son mayorcitos para meterse en este jardín, también deben serlo para saber cómo salir de él. Porque el argumento, que es donde está la trampa, de que la opinión pública no entendería que Alberto Núñez Feijóo se inhibiera ante un problema tan grave, que tiene en un ¡ay! a las gentes del común y que ha levantado una enorme alarma social, no se sostiene ante el hecho de que el daño no se puede reparar, dado el principio de irretroactividad de las leyes, y que lo único que cabe hacer es volver al principio, reunir a los expertos y dejar niquelado el Código Penal, para que responda a los fines previstos, que es castigar, sí, castigar con dureza, a los violadores y abusadores de mujeres. Entre otras cuestiones porque, dado el ambiente cargado de pornografía en el que se educan los más jóvenes, la lacra va a ir a más, no lo duden. En mi modesta opinión, la oposición tiene que dejar que los socios del Gobierno y sus apoyos parlamentarios se coman ellos solitos el marrón, proponer una reforma de la reforma bien estudiada y dejar que el cuerpo electoral decida. Que, luego, él mismo al que le sacas las castañas del fuego te aporrea con una de esas fotos de oportunidad de hace veinte años, insinuando que formas parte del narco gallego, o te pone de vuelta y media porque no tragas con sus métodos de exacción fiscal. Lo dicho, todo antes que hacer el canelo con esa gente.