Benedicto XVI

La fe nos hace tolerantes

La encíclica «Lumen fidei» (La luz de la fe) representa el puente que une a Benedicto XVI y a Francisco. Es el testimonio de agradecimiento del actual Papa a su antecesor, pues la primera Carta firmada por Franciscus, según el autógrafo que cierra las 88 páginas, ha sido redactada por los dos. «Una catequesis a cuatro manos», tal y como la ha definido el cardenal canadiense Marc Ouellet en la presentación ayer a los medios de comunicación. Este encuentro ha quedado, además, subrayado por la imagen del abrazo de Ratzinger y Bergoglio, ayer, en los jardines vaticanos. «Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones», dice Francisco en los primeros pasajes. El texto, que ha sido hecho público tan sólo cuatro meses después de ser elegido Papa, quiere sumarse a las encíclicas que Benedicto XVI dedicó a la caridad y la esperanza. En «estas consideraciones sobre la fe», dice humildemente el Sumo Pontífice, compuestas de cuatro capítulos y una introducción, está el tema central de que no basta la razón para «iluminar suficientemente el futuro», ni distinguir entre el bien y el mal, que cuando el hombre cree que, alejándose de Dios, se encontrará a sí mismo, «su existencia fracasa». Propone recuperar la unión de la fe con la verdad y, desde este punto de vista, pone en duda lo que denomina la «verdad tecnológica» que, si bien es cierto que hace a los hombres la vida más cómoda, nos conduce a un relativismo superficial y a lo que denomina «un gran olvido de nuestro tiempo», es decir, la cuestión de Dios. Resuenan en la Carta temas tratados por Ratzinger, como la relación entre fe y ciencia, un vínculo beneficioso y del que la ciencia sale beneficiada porque abre los ojos del estudioso a otras realidades: la llave que abre el espíritu crítico del hombre es la fe. Llegan también los ecos sobre el fundamentalismo y el convencimiento de que la fe no es intransigente: «El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde» y abierto a sus semejantes. Es en el último capítulo donde la fe «ilumina la ciudad de los hombres», y en ese primer ámbito está la familia y el matrimonio como la unión estable de un hombre y una mujer que nace de su amor y del «reconocimiento y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne y ser capaces de engendrar una vida nueva». Y, por supuesto, están la huella y las preocupaciones de Francisco: volver a la verdadera raíz de la fraternidad; a la responsabilidad moral frente al hombre que cree tener un poder ilimitado. La fe, concluye, invita al hombre a buscar modelos de desarrollo más justos y gobiernos que miren por el bien común.