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Vox frente a la democracia liberal

Hace una semana saltó la sorpresa en las elecciones andaluzas cuando se confirmó que Vox, partido sin representación en institución alguna, conseguía doce diputados. A lo único que alcanzaban los primeros análisis era a decir que «España rompía la excepción». Es decir, si hasta ahora no había irrumpido la extrema derecha o la derecha populista, como así ha ocurrido en otros países de nuestro entorno, al fin podemos homologarnos a la media continental. La llegada de Vox al tablero político español no es, por lo tanto, una anomalía y coincide plenamente con, por ejemplo, la política migratoria que mantienen y aplican partidos como los de Marie Le Pen en Francia, Salvini en Italia, Geert Wilders en Holanda, Orban en Hungría, Alternativa para Alemania o el UKIP impulsor del Brexit. Se puede decir que el partido que lidera Santiago Abascal está en esa corriente, sin bien es cierto que con unas características muy específicas. Por ejemplo, y no es menor: los partidos populistas europeos citados sienten simpatía por el separatismo catalán y son el único apoyo que han encontrado en tanto que mina la estabilidad de la Unión Europea y devuelve la soberanía nacional plena a los Estados o a las «naciones sin Estado». El crecimiento de Vox se ha producido precisamente por el «proceso» independentista, por el abandono de las instituciones del Estado en Cataluña, por el incumplimiento reiterado de la Ley y por la indefensión en la que se ha dejando a la ciudadanía catalana ante la imposición ideológica del nacionalismo. Ese ha sido el verdadero motor para el avance de esta formación en las elecciones andaluzas, que cuenta, además, con un hito en el que se ha saltado una línea roja fundamental: un partido constitucional, el PSOE, accede al Gobierno con el apoyo de los que han protagonizado un golpe contra la democracia y, además, con la sangrante guinda de los defensores de ETA. Es, por lo tanto, injusto permitir que este partido sea acosado violentamente en la calle. Hay un debate terminológico que no es menor: si Vox debe ser considerado o no un partido de extrema derecha. Abascal no lo acepta –como así lo explica en una entrevista que publicamos hoy–, en tanto que presupone un planteamiento antisistema contrario al régimen de libertades y en defensa del orden constitucional. «Vox es un partido español y sólo orbita en torno a los intereses España», dice. Digamos que se situaría en las coordenadas clásicas del nacionalismo: ni izquierda ni derecha, sólo España. Es pronto para juzgar seriamente el programa de este partido que plantea medidas que nos parecen impracticables, como eliminar las autonomías; en el caso de Andalucía cerrar la televisión autonómica, o derogar la Ley de Violencia de Género sólo argumentando que hay hombres que también son maltratados. En una democracia liberal, todo puede ser reformado y mejorado, pero hay que evitar la deslegitimación de los políticos («la gente está cansada de estos políticos»), de las instituciones y aportar soluciones factibles hechas desde los propios valores, que en el caso de Vox parecen muy arraigados. Es cierto que existe una tendencia ideológica que determinada izquierda ha importado basada en una exacerbación de la diferencia sexual victimizadora y negadora de la libertad individual, estereotipos sobre las minorías raciales y aplicación de modas urbanas al conjunto de la población, pero no habremos avanzado mucho si frente a la «corrección política» sólo se impone el discurso de «yo digo las cosas como son». Precisamente en este momento, la clave está en fortalecer las democracias liberales y no en debilitarlas. Vox, como en su momento Podemos, ha recogido el voto de los descontentos, incluso de votantes de izquierda desencantados con las élites progresistas, pero abrir la vía antieuropea y antiliberal en un momento tan crucial para el futuro de la UE no sitúa en un escenario desconocido en la política española.