Opinión

La guerra indefinida de Putin

El conflicto continúa por el empecinamiento del neozar y su desprecio por la vida de sus propios ciudadanos

Hoy se cumple un año de la guerra que anunciaron por megáfono los estadounidenses y que los europeos no supimos ver aunque se gestaba en nuestras fronteras. Putin ordenó una intervención relámpago con la caída del gobierno democrático de Volodimir Zelenski pero se encontró con la resistencia heroica de los ucranianos y a un cómico de la televisión convertido en un comandante en jefe. Emborrachado por la propaganda rusa, creía que sus soldados serían recibidos con flores. Ocurrió lo contrario.

Doce meses después, el conflicto armado permanece estancado a la espera de una gran ofensiva rusa antes de primavera y a la llegada de las armas pesadas occidentales (tanques y ¿cazas?) a Kyiv. Ni Putin ni Zelenski están interesados en una negociación. El primero no puede replegar sus tropas porque se juega su supervivencia política. El segundo tiene detrás a una nación que ha sufrido tanto que no está dispuesta a ceder un ápice de su territorio. Zelenski está lanzado a recuperar sus fronteras tras las victorias militares de Jarkiv y Jersón y no renuncia a reconquistar legítimamente la península de Crimea, pero Putin no da signos de ceder como se aprecia en la cruenta batalla de Bajmut. El neozar defiende la rusificación de las cuatro regiones orientales (Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón) a pesar de que no las controla ni militar ni administrativamente y aspira todavía a descabezar el gobierno europeísta y atlantista de Kyiv. En un hipotético proceso de paz , Ucrania probablemente tenga que renunciar a Crimea y Rusia tendrá que abandonar cualquier ambición sobre Kyiv y conformarse con las fronteras de 2014. Pero no se darán las condiciones para abrir una negociación hasta que las dos partes asuman que ya no pueden obtener más ganancias sobre el teatro ucraniano y que los costes de cualquier operación militar son superiores a los beneficios. En el especial que publicamos hoy en LA RAZÓN: «Un año de la guerra de Putin», nuestro inestimable colaborador Vladislav Inozemtsev asegura que dentro de la cúpula militar rusa empieza a masticarse la idea de que la guerra ha alcanzado sus límites. Que Putin sea capaz de reconocerlo es otra cuestión. La guerra continúa por su empecinamiento y su desprecio por la vida de sus propios ciudadanos. Verle corear «Rusia, Rusia» en un concierto propagandístico en Moscú mientras mueren a diario centenares de sus hombres resulta repugnante. Ucrania, lamentablemente, se encamina hacia una guerra de desgaste que podría prolongarse de manera indefinida hasta levantar un nuevo telón de acero en el Donbás.

Los próximos meses son decisivos para marcar el devenir del conflicto en el que las victorias en el campo de batalla serán tan importantes como la diplomacia. La guerra de Ucrania ha recuperado la lógica de bloques en el que EE UU ejerce como líder del mundo libre con Europa bajo su paraguas de seguridad, y Rusia se convierte en una potencia subsidiaria dentro de la órbita de China. Washington y Pekín tienen la capacidad de ejercer presión sobre Kyiv y Moscú en la medida en la que las dos potencias financian directa o indirectamente la guerra. Los dos, además, están llamados a ser los dos grandes ganadores una vez que cesen las hostilidades, mientras Europa parece condenada a llevarse la peor parte.