Al portador
El limbo político español y una larga y atorrante espera
El tiempo que transcurra entre la formación de las cámaras, el jueves, y la investidura de presidente es indeterminado y todo incluso podría concluir con otras elecciones, aunque es poco probable
John D. Rockefeller (1839-1937), el fundador de la dinastía, el hombre más rico del mundo en su momento, tenía su propia fórmula del éxito: «siempre intenté convertir cada desastre en una oportunidad», y parece que le fue bien. Es lo que intenta ahora, una vez más, Pedro Sánchez, para el que una derrota electoral se ha convertido en otra oportunidad inesperada que, por supuesto, va a aprovechar. El jueves, 17 de agosto, en plena canícula agosteña en el Madrid mesetario, empezarán a verse las jugadas finales de unos y otros para la formación del próximo Gobierno que, salvo sorpresa «puigdemónica», volverá a encabezar Pedro Sánchez. Ese día, habrán pasado tres meses y diecisiete días desde que se convocaron las elecciones, un ya lejano 30 de mayo. También habrán transcurrido 25 jornadas desde que se celebraron los comicios y, lo que es más importante en este caso, desde que se conocieron los resultados. Todavía más, desde que se supo, en la noche del 23/24 de julio, que el inquilino de La Moncloa renovaría su alquiler y que lo haría con el apoyo de toda una serie de partidos y, sin duda, a un precio quizá desorbitado.
El Financial Times decía el sábado que «España permanece en el limbo político tras unas elecciones generales poco concluyentes». El problema, enquistado por la normativa, es que ese limbo puede prolongarse incluso varios meses más. Todo está muy claro desde que las urnas emitieron su veredicto, es cierto que «poco concluyente», pero con una aritmética parlamentaria evidente. El tiempo que transcurra entre la formación de las cámaras, el jueves, y la investidura de presidente es indeterminado y todo incluso podría concluir con otras elecciones, aunque es poco probable. Nadie habla de eso, ni tan siquiera el PP, indicio de que nadie está seguro de qué ocurriría en otra cita con las urnas y que todos prefieren conservar la posición adquirida. Los largos tiempos políticos españoles –en la era de la inmediatez– tienen una explicación. La Constitución se redactó y se consensuó desde el recuerdo de la tragedia de la Guerra Civil bajo la premisa de que había que evitar, a cualquier precio, otro enfrentamiento y, por eso, se previeron tiempos largos en los que unas partes y otras pudieran hablar, negociar, pactar, todo antes que otro conflicto. Fue válido en su día, pero ahora quizá los plazos son excesivos, sobre todo cuando parece obvio el resultado final tras una espera atorrante en el limbo político: un Gobierno encabezado Pedro Sánchez, que volvería a ser capaz de convertir un revés «en una oportunidad» para él, claro, como enseñaba Rockefeller.
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