El ambigú

Los minutos de la basura

Cuando se pacta con lo peor todo termina por ser pésimo y esto se paga en la urnas

El Gobierno que tenía como estrategia la ruptura y como táctica la polarización ha conseguido esta semana romper al feminismo y polarizar en dos facciones a sus propios ministros. Querían dividirnos a todos y al final se han dividido ellos, cumpliendo la máxima de que quien siembra vientos recoge tempestades. Lo demuestra la desmembración que la coalición de Gobierno exhibió el martes en el Congreso y la fractura del feminismo en las calles 24 horas después. La legislatura ha entrado en lo que el deporte bautizó como «los minutos de la basura». Y lo hace en medio del lodazal de la suma del «caso Berni» y del «caso a ti qué te importa», esa mezcla de arrogancia, opacidad y corrupción. Pero el punto y final lo pone la tormentosa toma en consideración de la norma que acabará, no sin daños irreversibles, con el esperpento jurídico-penal que ha provocado la ley del «sólo sí es sí». Un texto legal que pasará a la historia por la dulcificación de las penas de los peores violadores, y ello, porque todo un gobierno con su presidente a la cabeza fue capaz de transigir con una anunciada iniciativa legal temeraria; la última pirueta ha sido no asistir, sin motivo fundado de agenda, a la votación parlamentaria que posibilita la vuelta al punto de partida. Lejos queda la posibilidad de pedir disculpas por el daño que va a seguir causando una norma que beneficiará a los autores de los delitos sexuales que se produzcan en España hasta el día que entre en vigor la propuesta legal que esta semana ha empezado su tramitación. Cuando eso ocurra, España, tal y como ha determinado el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del C.G.P.J., volverá otra vez a la penalidad que se estaba aplicando con la anterior legislación. Regresará, así, la diferenciación entre la agresión sexual con intimidación y violencia, la que presenta ausencia de intimidación y violencia sin que medie consentimiento, y una tercera en la que se obtiene el consentimiento prevaliéndose el responsable de una situación de superioridad manifiesta que coarte la libertad de la víctima. Atrás quedarán toneladas de demagogia y también muchos tics totalitarios, propios de quien considera que todo lo que se aparta de sus principios, cuando no son sus intereses en realidad, es erróneo o herético. Tocará no obstante reconstruir lo que se ha roto. Y eso significa poner fin a la banalización del problema que supone el machismo, de forma que deje de considerarse que todo es machista, porque entonces nada resultará serlo. Y dejar de orillar los verdaderos problemas de la mujer, trabajando contra la violencia que efectivamente sufren, que es responsabilidad de todos erradicar, avanzando en la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos, favoreciendo la conciliación familiar y laboral e impulsando desde los valores de nuestras democracias liberales el liderazgo femenino, que no será del 40 o el 60 %, sino mucho más elevado, siempre que no le ponemos cuotas ni topes alegremente. Sabemos que el sectarismo no arregla los problemas, sólo los empeora. Y, por eso, frente a la deriva que ha protagonizado este oscuro Gobierno, debe reivindicarse un compromiso firme y racional con la igualdad real, y recordar, cuando llegue el momento de hacerlo, que la tentación populista nunca sale gratis, tampoco patrimonializar causas que nos pertenecen a todos, poner una democracia al servicio de la peor propaganda o abrir debates artificiales que no responden a las aspiraciones legítimas de la sociedad. Cuando se pacta con lo peor todo termina por ser pésimo y esto se paga en la urnas.