Opinión

La mujer fuerte

No soy colectivista, ni grupal, ni me ha gustado que me marquen la pauta de quién o cómo debo ser ni de lo que debo hacer.

Atravieso el Día de la Mujer Trabajadora entre la desgana y el escepticismo, como siempre, quizá por la enorme carga de trabajo que he tenido cada uno de los 8 de marzo que recuerdo, una vida esforzada que nadie me impone, salvo yo misma, no apoyo la tendencia del victimismo, ni sus gratificaciones secundarias tan populares en nuestra sociedad.

Un nuevo día de la mujer trabajadora donde yo decido quien soy y donde me sitúo, para mi bien o mi propio mal, soy consciente y responsable de lo que hago y de sus consecuencias, una adulta intelectual y funcional.

No soy colectivista, ni grupal, ni me ha gustado que me marquen la pauta de quién o cómo debo ser ni de lo que debo hacer. No se lo he permitido a ningún hombre, ni tampoco a otras mujeres.

Cuando echo a rodar los ojos nadie tiene ningún problema con la igualdad de derechos ni oportunidades para todos. Está muy lejos ese momento en el que los profesores les decían a mis hijos en el cole que no había que ser machista ni feminista.

Por supuesto, las neo dicen que la utopía de la igualdad aun no ha llegado y tienen razón, pero… ¿qué quieren? Yo no deseo ser igual que ningún hombre, ni que las otras mujeres, ni siquiera quiero ser igual que yo misma, yo deseo cambiar, evolucionar, elevarme hasta encontrar sentido a esta existencia que es un misterio abisal, y muchas veces un dolor, y esa búsqueda es un compromiso personal que no me voy a sacudir llamándome “víctima”.

Por eso, hermanas, no me sumo a la pancartita morada, para mí el Dia de la Mujer es como hacer la Primera Comunión año tras año vestidita de blanco y no soy católica, o como cuando le hacia un dibujo a mi profesora y esta emitía un sonoro y dramatizado “Ohhhhhhhh”…

No me van las cursiladas, el romanticismo de chichinabo, los masajes para dos, regalar una estrella, los viajes o fiestas sorpresa… En general las sorpresas me ponen de mal humor, y cuando salgo de mi rutina querida, tengo que hacerlo despacio y previo periodo de adaptación.

Imaginen llegar a casa con mal pelo y peor cara y dos bolsas del super en cada mano, encender la luz y encontrarse a todas sus relaciones perfectamente ataviadas y maqueadas clavando sus ojos, cuajados de pestañas en su miserable cotidianidad, sin un rescoldo para la fantasía o el humor (al menos en ese preciso instante)…Así soy, permítanme hablar de mi hoy, como mujer.

En mi cosmogonía, queridos lectores, lo cursi es horterada ¿Qué quieren que les diga? Y en ese marco empresarial y publicitario se encuentra, o así lo percibe mi alma sediciosa, el Día de la Mujer. No me van las sensiblerías cargadas de emocionalidad (como bolas en el árbol navideño) y desprovistas de verdadero sentimiento y hondura. No me arraigo en lo comercial. Si llegara del trabajo una noche y encontrara a mi pareja rodeado de velitas esperándome, me enfurecería, ¿pétalos sobre la cama o alguna otra superficie? Ruptura inmediata. ¡Violenta!

Sin embargo, me percato con cierta tristeza de que ningún hombre ¡mentecatos! me ha mimado nunca. ¡Como lo leen! Y no me quejo…El destino, la vida, sí. Me siento muy agradecida por algunas circunstancias que son extraordinarias en mi realidad. Pero repito, y no es baladí, no me han mimado nunca, y esto que me ocurre les pasa a casi todas las mujeres con las que hablo.

El hombre cuando se debilita, siempre tiene a la mamá, a la hermana, la hija, la esposa o la vecina de al lado desplegando todos sus recursos y colorido para procurarlo y levantarlo de su vacío o de su fragilidad. A las mujeres fuertes, que somos la mayoría, si no todas, la sociedad nos asume como pilar estructural, muro de carga, se da por hecho nuestra presencia.

A la mujer fuerte se la somete a un abandono aterrador, empezando por el nuestro, donde nosotras mismas ignoramos nuestros dolores, cansancios y penas desde niñas. La mujer fuerte y sus fragilidades sufren una desatención pavorosa. ¿Quién cuida de la mujer fuerte? A mí nunca me ha mimado nadie, a excepción de mi hija Inés, de mi madre, claro, mi hermana y mis amigas.

¡Ay pero, la potencia que se necesita cada día para soportar el peso del edificio no se conoce, salvo el resto de las vigas que la comprenden bien!. Cuando la mujer fuerte desaparezca el mundo se viene abajo y se pega el techo con el suelo.

Por tanto, deseo con esta columna femenina, sensibilizar a los hombres, padres, parejas, amigos, hijos… La mujer fuerte no solo está para ser admirada, deseada o envidiada, sino también para ser consentida, consolada y comprendida.

Y os lanzo un abrazo trascendente, señoras, queridas mías, siéntanse acariciadas y tiernamente besadas por mí.