
Quisicosas
El Papa que viene
A Francisco no le importaban las batallas partidistas, sino la gente, por eso a veces nos desconcertaba tanto
Hablaba con Alfonso Guerra de la magnífica exposición que ha comisariado sobre los hermanos Machado y que, entre otras cosas, demuestra que en absoluto estaban enfrentados ni situados respectivamente en lo que se ha dado en llamar «las dos Españas». La recomiendo mucho. Fue inevitable mencionar a Francisco y lamentó que no llevase a cabo muchas reformas que anunció, en concreto la económica o la persecución de la pederastia. Me vi obligada a replicar. Francisco ha separado el gobierno de la economía vaticana de la Secretaría de Estado y ha establecido un férreo control de los gastos e ingresos, que ha molestado mucho a los monseñores de la curia porque, entre otros detalles jugosos, ha obligado a pagar serios alquileres a los monseñores que vivían en pisos de 600 metros. En su consejo económico de 15 personas –mitad clérigos, mitad laicos– nombró como asesoras seis mujeres. Tanto Concha Osácar como Eva Castillo, cabeza de alguna de las empresas más importantes del IBEX, me han aclarado que se acabaron las inversiones poco éticas y que han centralizado el control de la economía, el esfuerzo ha sido inmenso. De la batalla contra la pederastia son testigos las víctimas, que tienen oficinas de acogida en cada diócesis y cuyos agresores son puestos a disposición de los tribunales civiles, incluso en casos como el del cardenal Pell, condenado injustamente y que, tras pasar por la cárcel, ha sido exonerado. Es evidente que a Pell quisieron quitárselo de en medio quienes se enfrentaron a su cargo como primer «ministro» vaticano de Economía.
Según La Razón, el 70 por 100 de los consultados quieren que las reformas sigan, así que no es extemporáneo pedir al Espíritu Santo (luego, que haga lo que quiera) un Papa que consolide lo realizado y que además extienda en todos los ámbitos eclesiales (conferencias episcopales, consejos, parroquias) la llamada sinodalidad, esto es, la corresponsabilidad comunitaria de hombres y mujeres. Que impulse esa vuelta a la Iglesia primera, donde pobres, alejados, emigrantes, niños no deseados, viejos, enfermos, víctimas de la guerra y pecadores son mirados como Jesús los miró.
Nada de esto choca con la tradición ni la unidad. Pero sí se aleja, es verdad, de la Iglesia como bloque ideológico, como bando que defiende reglas y códigos y expulsa de su seno a los que caen. A Francisco no le importaban las batallas partidistas, sino la gente, por eso a veces nos desconcertaba tanto. Nos está diciendo que, en un mundo sin certezas, nosotros podemos aportar el seguimiento de Jesús. Ni Cristo era comunista ni Francisco lo ha sido, pero la justicia económica, la protección de los menores, el reconocimiento de la autoridad femenina, el cuidado de la naturaleza o la defensa de los pobres son consecuencia de una mirada cristiana.
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