Sin Perdón

El sentido de la Corona en el siglo XXI

«La Monarquía británica, a pesar de los agoreros, goza de muy buena salud porque es una institución de gran utilidad»

La espectacular ceremonia de la coronación de Carlos III permite reflexionar sobre el sentido de la Corona en el siglo XXI. Al margen de algunos titulares interesados o el análisis de los columnistas republicanos, la realidad es que la Monarquía goza de una excelente salud en el Reino Unido. El porcentaje de aceptación es muy alto frente al de rechazo que es muy bajo. Es bueno recordar el porcentaje de aquellos que no se pronuncian ni a favor ni en contra. Las interpretaciones voluntaristas de los republicanos son inconsistentes, pero en cualquier caso lo importante es compararla con el resto de las instituciones públicas. Por supuesto, nada que ver con la baja aceptación que logra la política, los partidos y sus dirigentes. Isabel II era más querida que su hijo, pero es una comparación absurda. Y si se introduce la controvertida figura de la reina Camilla es lógico que salga muy mal parada.

No hay duda de que el entonces príncipe Carlos se impuso sobre sus padres, algo que por lo visto era habitual, y una arribista sin escrúpulos se sienta en el trono. Al menos le ha dado el amor que necesitaba desde pequeño y que no consiguió en esa familia tan disfuncional y llena de traumas. No hay más que ver la biografía de casi todos sus miembros desde la reina emperatriz Victoria. Nada que nos tenga que sorprender, porque ha sido algo habitual en todos los reinos a lo largo de la Historia. La irrupción de los matrimonios desiguales ha acabado siendo positiva. Primero fue con miembros de casas principescas apartadas de líneas sucesorias o de la nobleza titulada. El duque de York y futuro rey Jorge VI lo hizo con la hija de un conde escocés y la propia Isabel II con el duque de Edimburgo, que era hijo del príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca y de Alicia de Battenberg, cuyo abuelo protagonizó un matrimonio morganático. Por supuesto, tenía origen regio, pero en una muy segunda línea, siendo generoso. La princesa Margarita protagonizó una vida tormentosa, pero sus sobrinos, con la excepción de Carlos III con lady Di, acabaron enlazando con las clases medias, aunque con muy mal resultado con la excepción de los condes de Wessex, que es un matrimonio que ha durado. En el resto de la Familia Real hay de todo. Los escándalos y los líos de camas han sido habituales, empezando por el fallecido duque de Edimburgo que tenía una enorme pasión por las mujeres. Su tío, el famoso conde de Mountbatten of Burma, tenía afición por ambos sexos, aunque no está claro por cuál era más intensa.

Al margen de esa convulsa vida amatoria y algunos comportamientos muy poco ejemplares de algunos de sus miembros en el terreno económico, la Monarquía es una institución que resulta muy útil al Reino Unido y es un factor de cohesión entre sus cuatro naciones. A los miembros de las clases bajas les gusta mucha esa imagen del gran imperio que fue hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, aunque la realidad es que había dejado de serlo. Jorge VI fue el último soberano que empleó el título de emperador que había empezado con Victoria, pero su hija heredó todavía unas colonias importantes. No tardaron mucho en desaparecer. He leído en numerosas ocasiones esa idea de decadencia del Reino Unido en los libros de cada época del siglo XX. Ahora ha regresado con fuerza tras el Brexit como si la situación que se vive en Francia, Alemania, España o Italia, por citar algunos ejemplos, sea para dar lecciones. Por supuesto, la arrogancia europea es infinita, es una de nuestras características más entrañables, y creemos que la Unión Europea, llena de euroburócratas, amiguismo y egoísmos nacionales, puede dar lecciones al Reino Unido que sigue siendo una de las grandes naciones del mundo. Ha preferido seguir en solitario que unir su suerte a la Europa de los mercaderes. Me hubiera gustado que la UE caminara en otra dirección, pero la realidad es otra.

La Monarquía británica, a pesar de los agoreros, goza de muy buena salud porque es una institución de gran utilidad. Lo es, incluso, como ascensor social, ya que pudimos ver en toda su plenitud el clasismo, que se renueva periódicamente, en la ceremonia de coronación. Era una mezcla de los títulos de siempre, los cargos palaciegos, la nueva nobleza, la burguesía advenediza y las calles llenas de felices británicos mostrando su amor y adhesión al matrimonio real. Es lo que quieren. Por supuesto, Carlos III y Camilla razonablemente distantes, porque no quieren unos reyes burgueses y grises como los suecos o noruegos que andan disfrazados siempre que pueden con los trajes populares y no muestran ningún boato especial. A los británicos les ha gustado esta ceremonia espectacular que ha costado más de cien millones, pero que reportará mucho más. Lo más importante es que es una gran ceremonia al servicio de las televisiones. ¿En cuánto valoramos el impacto publicitario de un acto que han visto centenares de millones personas en todo el mundo? Todos los periódicos han dedicado su portada y numerosas páginas a la entronización de Carlos III. Durante semanas se seguirá hablando de él, su mujer y su familia. Es la serie «The Crown» en directo o ese pastiche cutre de «Los Bridgerton». Las novelas, las películas, las series, las biografías o los ensayos sobre reyes, príncipes y nobles sieguen teniendo mucho éxito. ¡Dios salve al Rey y a su ambiciosa consorte Camilla! Desde luego, es mejor que una república. La probaron con Oliver Cromwell y fue un desastre.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)