Con su permiso
Sexo con sentido
Le inquieta esa sexualidad que parece asentarse, sobre todo entre la gente más joven, que normaliza la dominación y fundamenta su carácter en los roles de las películas porno que parecen haberse convertido en la escuela de sexo de las últimas generaciones
A Inés el cáncer le cambió la idea de sexualidad. Nunca se consideró particularmente guapa, pero le agradaban sus proporciones cuando se miraba al espejo. Tras la operación en la que le extirparon un pecho le inundó una inesperada amargura, como si la desproporción se hubiera adueñado de ella. Se sintió incompleta y falta de atractivo. Se volvió inapetente. Tampoco ayudó mucho la actitud de su pareja que, sin explicitarlo, fue aminorando sus efusiones, limitando sus caricias, dejando ver sin palabras que a él tampoco le agradaba la ausencia de un órgano para él fundamentalmente sexual. Terminaron rompiendo, claro. Ella se volvió a operar, y con el tiempo se encontró segura y satisfecha de sí misma. Y sola, con esa soledad grata de quien la disfruta después de una relación tan incompleta como la mujer que ella creyó ser.
Durante ese tiempo de desconcertante incertidumbre, pensó mucho en su sexualidad, en el valor de las relaciones sexuales, en lo importante que es la autoestima y entender que es, en pareja, un juego de mutuo disfrute y concesiones mutuas. Concedió al sexo el valor que se otorga a un territorio de libertad, solo posible con el acuerdo y el goce común. Un juego libérrimo siempre consentido. Por eso le inquieta esa sexualidad que parece asentarse en este tiempo, sobre todo entre la gente más joven, que normaliza la dominación y fundamenta su carácter en los roles de las películas porno que parecen haberse convertido en la escuela de sexo de las últimas generaciones. El porno tiene sus códigos, su espectáculo, su liturgia orientada a excitar sexualmente al espectador. Utilizar ese lenguaje como referencia conduce a ese mundo falso de machitos poderosos o mujeres invencibles que pueden con todo. El porno es siempre lo mismo, y eso es lo más alejado de la vida real. El vídeo de esa niña de once años violada por chicos poco mayores que ella, y que fue visto por decenas de escolares sin que ni uno solo lo denunciase, demuestra que esa sexualidad de fantasía agresiva y cutre está demasiado normalizada. A Inés le preocupa muchísimo esa violencia en el sexo. Como también esa nueva concepción de la relación heterosexual como una especie de disputa , de enfrentamiento entre sexos más que de gozoso juego de iguales.
Es lo que ella ve en esa disposición radicalmente sexualizada del diálogo entre hombres y mujeres, que primero dispara y después pregunta, en esa dialéctica de reivindicación de la mujer por la vía de la descalificación o enfrentamiento con el hombre. Esa que muestran y ejecutan sin pudor, las neofeministas de Igualdad que un día sí y otro también nos hacen ver que hasta que ellas llegaron al poder el feminismo en España era una cosa blandita y sin sustancia. Que Clara Campoamor o Victoria Kent practicaban un igualitarismo ya obsoleto e ineficaz y que hoy la cosa va de lucha de sexos y además éstos son unos cuantos. Le viene a la memoria otro vídeo, el de la número dos de Montero, de cuyo nombre ahora ni se acuerda, que ya frivolizó con la angustia de las mujeres que veían caer el listón de las penas a quienes las violaron y ahora lo hace con el aborto, como si abortar fuera una cosita simpática que no deja huellas. Además, mostrando un talante abierto, del tipo del tío de Inés, aquel Mundo, minero y comunista pro soviético, que decía que a él la libertad de expresión le parecía muy bien, siempre que estuviera de acuerdo con lo que se decía. Corea alegre y reivindicativa una especie de cántico chachi, molón y –por supuesto– feminista y antifascista, cuya letra explicita el deseo de que la madre de Santiago Abascal hubiera abortado. Lo cual, además de una memez de dimensiones catedralicias, demuestra dos cosas que no debería desnudar un cargo público por muy imbécil que fuera: que entiende el aborto como una forma de eliminar individuos, y que desearía que determinado tipo de político con el que no comulga debería no existir, o quizá estar muerto. Y ahí sigue. En su carguete y cobrando de lo público. Como todos los de Podemos, piensa Inés, que pone en cargos públicos a gente sin criterio y que no ha trabajado en su vida, y que es incapaz de mantener una coherencia medianamente aceptable al seguir en un gobierno tan flojito, tan socialdemócrata, tan de empresarios y tan machista. Oye, que la puerta está ahí. Pero nada. Ojalá hubiera abortado la madre del facha, y aquí no pasa nada.
Lo peor para Inés no es que estas nuevas sexualidades descuadren la idea del sexo como algo sano y positivo, sino que las que tendrían que cambiar no lo hacen, y ahí va otro vídeo en el que se ve cómo el Tito socialista de Canarias regaba las fiestas de los corruptores con sexo de pago. O sea, la élite de poder que sigue haciendo los mismos usos de las mismas cosas de siempre. Esto sí que no cambia.
Inés no le desea el mal a nadie, pero ¿qué tal un poquito de incertidumbre, de temor a perder lo que se tiene? A ver si, como a ella, son esos miedos los que bajan a la tierra a quienes tienen que educar a los jóvenes y a los que administran la vida de todos.
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